VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Junio, a las doce en punto

Marta Parcerisa, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Iba a echar a perder el plan si volvía a llegar tarde. Martín ya me lo había advertido la noche anterior: si me retrasaba, no obtendría recompensa.

Había llegado el día y el mensaje no paraba de venirme a la cabeza: “Junio, a las doce en punto empezamos el atraco. ¿Preparado?”. No recordaba por qué acepté aliarme. No estaba muy convencido de que la estrategia funcionase. Me había vuelto a tocar la parte más complicada, en la que todo dependía de mí. Me encargaría de la huída. Y aunque la suerte no estaba de mi parte, confiaba en que todo saliese como estaba previsto. Solamente tenía que seguir las indicaciones al pie de la letra.

Noté cómo el temor volver a ser descubiertos y encarcelados se apoderaba de mí mientras me acercaba a la esquina de la calle, donde un furgón azul oscuro con sus ventanas tintadas de negro y el sol resplandeciente reflejado en el capó, me esperaba aparcado sobre la acera, frente al banco de la ciudad.

Hacía ya un par de minutos que Martín y Lucas habían iniciado el gran robo. Me concentré en colocarme delante del volante con la llave en las manos, listo para arrancar. ¿Estaba haciendo lo correcto? La introduje sin pensar y dejé que el destino eligiese por mí. Intenté relajarme, cerré los ojos y respiré hondo pero la voz áspera de Lucas apremiándome a poner en marcha el automóvil, me hizo volver a la realidad. Se empezaba a oír la sirena de la patrulla de policía a lo lejos y teníamos que salir de allí rápidamente.

¿Por qué no se encendía el maldito motor? No podía suceder lo mismo que la última vez. Tenía que salir bien. Había estado comprobando el coche durante semanas y en ningún instante no me había funcionado. Así que saqué las llaves, las volví a introducir y traté de encenderlo. Fueron tres segundos que parecieron horas. Logramos cumplir nuestro objetivo.