XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La abuela

Patricia Menéndez, 17 años

                 Colegio Zalima (Córdoba)  

No puedo olvidarme de aquellas mañanas en las que me despertaba el aroma a pan recién tostado. Significaba que el verano había dado comienzo en la casa de la playa, junto a la abuela.

Durante nuestra estancia –me acompañaba mi hermano-, mis diez tías con sus respectivos maridos llegaban y se iban, mientras que nosotros continuábamos en la casa. Terminábamos convencidos de que éramos los dueños del lugar.

El ático era el rincón más hermoso de la casa. Tenía un pequeño ventanuco por el que solo nosotros dos habíamos probado a adentrarnos y que comunicaba con el tejado, de tejas de barro que las puestas de sol coloreaban de naranja. Aquel lugar, con sus vistas al mar, nos transmitía paz.

Las olas traían el olor del yodo, que se unía al de los guisos de la cocina.

La abuela nos trataba como a reyes. Al bajar las escaleras, aun con legañas en los ojos, me encontraba con un plato repleto de tostadas. No podía menos que correr en su busca para darle un beso de buenos días. Me encantaba que fuese tan fácil sacarle una sonrisa. <<No hay nada que me guste más que ver a mis pequeñajos felices>>, repetía.

Al terminar el desayuno, los tres nos preparábamos para bajar a la playa con cubos, palas, redes y toallas. Buscábamos un lugar diáfano, más allá de las dunas. Colocábamos nuestras cosas y sacábamos la petanca. La abuela era una experta en el juego, pero muchas veces nos dejaba ganar para que no perdiésemos la ilusión. Era muy divertido conseguir llegar a la bolita y, en la tirada del siguiente jugador, te arrebataran el primer puesto.

Había una zona rocosa, llena de cangrejos y lapas que nos encantaba coger para cuidarlas como mascotas. Pero antes de salir de pesca nos dábamos un chapuzón.

Por la noche triunfaban los juegos de mesa.

Durante aquellos veranos de la infancia, la abuela demostró que seguía conservando el espíritu de una niña, que le encantaba disfrutar de los detalles e imaginar mundos fantasiosos.

Cómo extraño aquellos momentos junto a ella…