XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

La bailarina

Blanca Guitián, 16 años

Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)

Elisa apenas había podido dormir; Gabriel, el director de la compañía de danza clásica, iba a visitar su academia en busca de bailarinas para su compañía.

Después de desayunar, bailó alegremente por su casa mientras soñaba que se encontraba en el escenario del teatro de los Campos Elíseos. Envuelta por una sinfonía imaginaria de Tchaikovsky, daba saltos por el pasillo, tan ligera y elegante como un cisne en el agua.  

Su madre le acompañó a la prueba. Conocía bien a Elisa, a la que sus inseguridades le jugaban malas pasadas. 

–Suceda lo que suceda, tienes que disfrutar tu pasión.

Se despidieron en la puerta de la academia. 

Elisa se sumó a sus compañeras, que se dirigían nerviosas al salón. La clase no iba a ser fuera de lo normal: realizarían sus ejercicios habituales mientras el director observaba a las candidatas.

Cuando concluyó la clase, Elisa se le acercó tímidamente a Gabriel.

–Gabriel, ¿crees que estoy capacitada para dedicarme a la danza? –le preguntó con el pulso desbocado.

Él la miro severamente.

–Lo siento; he visto a chicas mejores. No tienes suficiente talento.

Elisa intentó mostrarse fuerte. Se despidió educadamente de él y salió del estudio. Al cerrar la puerta se encontró con una de sus profesoras, que le dio la enhorabuena por lo bien que había realizado cada ejercicio. Se extrañó al ver que Elisa se derrumbaba y rompía a llorar. La joven le contó lo que Gabriel acababa de decirle y lo decepcionada que se sentía por no poder dedicarse a aquello que la hacia tan feliz. 

–Me siento avergonzada por haber llegado a imaginar que la danza podía ser mi profesión.

Estelle intentó tranquilizarla: 

-Elisa, en el mundo del ballet se vive con mucha exigencia. Los críticos son muy exquisitos y en algunas ocasiones pueden llegar a ser desagradables, ya que buscan la perfección. Pero te voy a dar un consejo: nunca te dejes llevar por el juicio de los demás. Tienes que estar segura de ti misma. Si lo que realmente te gusta es el ballet, no dejes que este hombre arruine tu sueño. Tienes una pasión arrolladora, lo que a la hora de bailar distingue a los mejores bailarines. Así que sécate esas lágrimas y no te des por vencida. Cada vez que te vengas abajo recuerda esta frase: los verdaderos bailarines no brillan por su técnica si no por su pasión; son aquellos que no bailan con la música, si no con el corazón.

Estelle envolvió a Elisa en un abrazo y le susurró al oído: 

-Tú puedes, bailarina

Durante la semana Elisa estuvo un poco decaída, pero siguiendo el consejo de Estelle no faltó a ninguna de sus clases.

El viernes por la tarde, al salir del aula vio a su profesora que hablaba con sus padres en la esquina del pasillo. Estelle le invitó a entrar en una sala junto con sus padres. Elisa se sorprendió, ya que también estaba Gabriel dentro.

-Elisa -le saludó Gabriel-, eres una de las candidatas elegidas para formar parte de mi academia.

Extrañada, le preguntó:

-Pero me habías dicho que no tenía talento para la danza.

Él esbozó una sonrisa.

-Esa frase la digo a todas las bailarinas, para comprobar si creen en sus posibilidades. La experiencia me dice que al final, los que triunfan son los que dan más valor a la fe en si mismos que a lo que otros creen de ellos. La seguridad es un requisito importante a la hora de danzar, para poder llenar un escenario grande. Y tú, a pesar de lo que te dije, no has renunciado a tu pasión, según me han contado tus profesoras. Eso demuestra que eres una verdadera bailarina, que sabe contar historias a través del movimiento para contagiar la magia del ballet. Enhorabuena, Elisa, y bienvenida a mi compañía.