XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

La batuta
perfeccionista 

Jaime Llop, 17 años

                  Colegio Munabe (Vizcaya)  

Se puso en pie y, tras los aplausos, la orquesta empezó a tocar. Los instrumentos obedecían a la batuta del maestro como animales de circo bien amaestrados: Dechín hacía saltar por aros a los trombones y dirigía el vuelo de las flautas dulces. Pero un clarinetista cometió un error y las fieras volvieron a ser objetos de metal. Los espectadores regresaron abruptamente a la realidad, deshaciéndose la magia de la sinfonía.

Cuando los músicos recogían los bártulos, se oyó al director:

—Todos fuera, menos los clarinetes.

El escenario quedó con cuatro almas y montones de instrumentos desemparejados. Los tres clarinetistas aguardaban las palabras del director.

—Uno de vosotros ha desobedecido a mi batuta ¿Creíais que no me iba a dar cuenta? Esta batuta ha saltado de generación en generación hasta que me ha llegado a mí, y en todos estos años aún no ha aprendido a tolerar a los desobedientes. Bueno, iré al grano... Uno de vosotros está fuera.

Los tres musicos se miraron sorprendidos.

—Señor Dechín, sólo ha sido un pequeño error—aventuró a decir el mayor de ellos, que tenía el pelo blanco. Hacía muchos años que formaba parte de la orquesta.

—¿Un pequeño error…? Si supieras lo que ha provocado en mi público ese pequeño error, no lo llamaras así. El trabajo con el que he creado la atmósfera que estaba suspendida en el aire, ha desaparecido en un segundo –inspiró con impaciencia–. Bueno, ¿quién de vosotros ha sido?

Uno de los clarinetistas se iba a marchar para siempre, motivo suficiente para que al menos uno de los tres se sintiese angustiado. Sin embargo, todos ellos parecían tranquilos.

—¿Es que vosotros dos os habéis dejado la lengua pegada al clarinete? –les retó Dechín–. ¿Por qué no decís nada?

Se mantuvieron en silencio, como si consideraran que aquel problema no iba con ellos de modo individual. Parecían estar en el colegio frente a un profesor que desea atrapar al alumno anónimo que ha cometido una travesura. 

—¿Es que al responsable del destrozo le da vergüenza admitir su error? –se llevó el índice encogido a los labios y los miró de arriba abajo–. Haremos una cosa: quiero que el martes el culpable no venga al ensayo. No me puedo permitir perder más tiempo. ¡Recoged vuestras cosas!

Una vez en la calle, los tres compañeros se despidieron con pena, sabedores de que aquel había sido el último concierto juntos, pero a la vez con desconfianza, pues alguno de ellos tenía que asumir las consecuencias.

El mayor, en el autobús de camino a su casa, pensó que él debía ser quien se marchara de la orquesta. ¿Cuántos años le faltaban para retirarse? Uno. Dos como máximo. Por el contrario, sus compañeros tenían un futuro por delante.

Uno de los otros, que llevaba tan sólo un par de meses en la orquesta, decidió que los otros clarinetistas no podían haber desobedecido las órdenes del director, siendo tan experimentados. <<Eso es imposible>>, se dijo, sentado en el salón de su apartamento. Pero, ¿y si él se hacía responsable de que uno de los otros dos músicos tuviera que marchase? Jamás se lo perdonaría. Aunque sabía que era inocente, decidió que debía cargar con la responsabilidad. De tanto darle vueltas al asunto, hipnotizado por los hielos de un whisky al que iba dando sorbos, acabó creyéndose su propia mentira.

El más joven de los tres —y de toda la orquesta— llevaba ya casi tres años tocando para el señor Dechín. Esa noche le contó el suceso a su novia, que estaba acostumbrada a oír cómo el director maltrataba a sus músicos, los verdaderos artistas de la orquesta, según ella. 

—Déjale en la estacada. Ese Dechín no te valora como el verdadero genio que eres.

—No soy ningún genio.

Al final, tras debatirlo, resolvió renunciar a su puesto. Pero no por cómo le trataba el director (eso le importaba más a ella que a él) sino porque de los tres, él era el más famoso y no tendría dificultad en hacerse un hueco en otra orquesta de la misma categoría. Además, estaba seguro de que para los otros dos la expulsión supondría un mayor castigo.

El martes siguiente, nada más empezar el ensayo, el director mando callar a los instrumentos. 

—¿Y los clarinetes?

—Aún no ha llegado ninguno de ellos, señor –respondió el tramoyista.