XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

La cábala del amor 

Maravillas de Soto, 14 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

Pascual era un hombre huraño que vivía cerca del parque del Retiro, en Madrid. Cada mañana se iba paseando hasta el periódico en el que trabajaba, donde era el responsable de la sección de pasatiempos. Al mediodía bajaba al parque y se sentaba a comer en un banco, protegido por unos frondosos árboles. Inmerso en sus asuntos no prestaba atención a la gente que disfrutaba del Retiro, hasta un día en el que una mujer tomó asiento en el banco que tenía enfrente, si bien es cierto que Pascual alzó los ojos y la miró con indiferencia.

A partir de entonces, cada mediodía se repetía el mismo encuentro. A Pascual terminó por llamarle la atención que la mujer aprovechara aquel momento para resolver los pasatiempos de su periódico. Es decir, los pasatiempos que él se encargaba de realizar. De ese modo empezó a fijarse en ella con más atención. La chica algunas veces se sentaba junto a un acompañante o a un grupo de amigas, y otras llegaba sola, con la única compañía del diario. Pascual llegó a la conclusión de que también ella había caído en la cuenta de su presencia.

Un mediodía la chica rompió a llorar. Como le entristeció verla en aquel estado de ánimo, al llegar a su casa se le ocurrió una idea atrevida para mitigarle la pena: le escribiría un mensaje de ánimo en una de las cábalas.

Al día siguiente Pascual la esperaba impacientemente. En realidad no sabía porqué estaba tan nervioso. Lo que había hecho era una tontería y puede que ella no entendiese el mensaje. Al fin llegó la muchacha, que se sentó con el periódico. Pascual fingió que leía mientras la observaba con disimulo. De ese modo pudo comprobar cómo el rostro de la mujer iba cambiando. 

«¿Habrá descubierto el mensaje?».

Se levantó para acercarse a la papelera que se encontraba a un lado del banco de la chica, tiró un papel y giró un poco la cabeza. Vio que aún estaba resolviendo la cábala literaria. Se asustó, aunque lo único que pretendía era alegrarle el corazón. Tenía que calmarse.

Volvió a su sitio. Ella había cambiado de gesto. Ya no parecía triste, pues había una expresión de alegría en su cara. Pascual había copiado la famosa frase de John Lennon: “Cuenta tu vida por las sonrisas que has tenido, no por las lágrimas que has llorado”. 

Después de aquel día algo ocurrió en el corazón de Pascual que le impulsó a seguir destinando sus cábalas literarias a esa joven, volcando en ellas fragmentos de poemas. En el Retiro comprobaba que ella sonreía al solucionar la cábala. Ya no era el hombre malhumorado, pues también sonreía al verla aparecer.

Una noche pensó que no podía quedarse callado el resto de su vida: tenía que declararse de algún modo. Se levantó de la cama y se puso manos a la obra. Se pasó las horas de la madrugada buscando las palabras indicadas para mostrarle su amor.

Cuando sus párpados estaban a punto de cerrarse, encontró lo que con tanto tesón había buscado. Consultó su reloj: aún quedaban unos minutos para que el periódico cerrara la edición; tenía tiempo para sorprenderla con el número del día siguiente.

Ella apareció al mediodía con el periódico bajo el brazo. Pascual no se había sentado, por lo nervioso que estaba. Debía actuar en el momento exacto. El corazón le latía muy rápido. La vio escribir cada letra, cada signo de puntuación en la poesía de la cábala literaria. Entonces llegó el momento: Pascual empezó a caminar hacia ella. La mujer sonrió y se sonrojó al verle. Él no sabía qué hacer ni qué decir. Cuando ella lo miró, todos sus miedos desaparecieron y de su boca salió la poesía:

Yo solía pensar

en historias de amores,

en cantos y danzas,

y en cuentos menores.

Quién iba a decirme,

esta vez sin temores,

que un crucigrama

uniría nuestros corazones.