IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La cajita de música

María Cano, 16 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Cecilia llegó frente a la habitación y se detuvo ante la vieja puerta de madera. Definitivamente el sonido que había escuchado venía de allí. Se oían las agudas notas de una melodía lenta. Pegó el oído para escuchar mejor y la música dejó repentinamente de sonar.

Intentó girar el pomo. Estaba cerrado. Suspiró. Cuando iba a alejarse, escuchó un ruido a sus espaldas. Se volvió para ver cómo se abría la puerta, apenas una rendija.

Cecilia observó con cautela. La luz cálida de la tarde se filtraba por la pequeña abertura. Despacio, se aproximó y se asomó al interior de la habitación. Al fondo de la estancia había un espejo con el que cruzó una mirada antes de que se decidiera a avanzar. Las paredes estaban pintadas de un suave color crema y unas largas cortinas tamizaban el sol. El único mueble era una vieja mesa.

Se acercó al espejo, dejando sus huellas marcadas en el polvo, que lo cubría todo. El aire estaba viciado y se adivinaba un tenue olor a rosas. De repente volvió a sonar la melodía. Sobresaltada, descubrió una pequeña caja de música sobre la mesa. Era redonda, de un dorado desvaído y tenía un relieve de flores grabado en torno a un nombre que leyó en voz alta: “Elena”.

Pasó el dedo por las flores al tiempo que escuchaba la canción. Entonces escuchó un crujido. Se giró y vio a una niña rubia con el pelo recogido en dos trenzas, que le sonreía desde la puerta. Cecilia retrocedió, avergonzada por que le descubrieran allí, sin haber pedido permiso para entrar. La niña continuaba observándola. Cecilia le habló:

-¿Esta caja de música es tuya?

La niña asintió con una sonrisa.

-¿Entonces, tú eres Elena?

La niña volvió a asentir y avanzó hacia Cecilia, que dejó la caja de música, aún funcionando, sobre la mesa y se apartó. La niña rubia empezó a bailar. Cecilia vio que sus pasos no levantaban ni una mota de polvo. La miró sorprendida y entonces observó que pasaba delante del espejo sin producir un solo reflejo. Cecilia palideció, asustada. <<¡Estoy delante de un fantasma!>>, pensó. La música dejó repentinamente de sonar y Elena dejó de bailar para mirar tristemente la caja de música. Se acercó e intentó cogerla para darle cuerda. Su mano se acercó a la cajita y la traspasó. Miró a Cecilia y una lágrima resbaló por su mejilla, cayendo el suelo sin dejar huella.

Cecilia se acercó despacio y tomó la cajita de música bajo la mirada atenta de Elena. Buscó la llave, le dio cuerda y la música volvió a inundar la estancia. Elena Miró a Cecilia con los ojos brillantes y sonrió aun con más franqueza que antes. Cecilia sintió el contacto de su mano apenas como una brisa. Una luz blanca iluminó la estancia y Elena desapareció llena de felicidad.

Cecilia miró el lugar donde antes había estado la niña y después observó la cajita. Al abrirla, para examinarla, descubrió un viejo papel doblado. Lo desplegó para leerlo:

“Cecilia, te estaba esperando. Hace más de 70 años que morí en esta casa por una deficiencia respiratoria que me tuvo postrada en cama la mayor parte de mi vida. Esta cajita de música era mi única alegría. No quería irme sin escuchar su melodía una vez más. Gracias, Elena”.

Cecilia plegó la nota con cariño y la guardó de nuevo en su lugar. Apretando la cajita que Elena le había regalado contra el pecho, sonrió y murmuró:

-No hay de qué.

Entonces salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.