XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La carga de mis faltas

Juan Benítez, 16 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

Un sudor frío me recorre el cuerpo. No sé qué hacer.

Tirito de frío y de miedo. Aferro la pistola con tanta fuerza que mis nudillos están blancos.

Las rodillas no me sostienen. Me siento débil y confundido.

No puedo hacerlo…

Pienso en abandonar, pero no puedo. Significaría la muerte; ellos me lo harían pagar con sangre.

El secuestrado ha captado mi debilidad. Suplica que no lo haga, pero no le escucho.

Puede que lo más llamativo sea este no saber por qué lo hago, en contra de la acuciante voz de la conciencia.

Trato de dominarme. Aprieto los dientes y agudizo la mirada en un intento titánico por no derretirme. Sostengo la pistola a pocos centímetros de la cabeza entrecana de mi víctima. Es un empresario, un traidor que se ha negado a pagar el impuesto revolucionario. Podría decir también que se trata del que fuera mi mejor amigo, que me mira con desdén, decepcionado.

<<No tienes agallas>>, me dice.

Es cierto; me falta valor para quitarle la vida. A pesar de que está ante mí, de rodillas.

Tengo que hacerlo, pero no puedo. No estoy preparado.

Mi camisa está empapada en sudor.

Alguien adelanta un paso y me dice que si no me atrevo, lo hará él. Le miro ferozmente y vuelvo a centrarme en la pistola. No puedo fallar; es demasiado tarde para echarse atrás.

De todas formas, morirá. Si no soy yo, será otro el que acabe el "trabajo".

Levanto el percutor en el mismo instante en el que, otra víctima de un fanatismo desenfrenado, me mira sereno.

<<Te perdono>>.

Sus palabras me desmontan.

Aprieto el gatillo.




Yo no podía ni sostener la pistola, la dejo caer y caigo yo también, permanezco a cuatro patas.

Intentando guardar la compostura; aprieto la mandíbula y me incorporo, pero esa última frase me corroe como si de ácido se tratara y me arranca una lágrima.

No puedo soportar tanta culpabilidad y dolor, aunque me doy cuenta de que no es comparable al que acabo de causar. Me siento fatal, me apoyo contra la pared. Esto se acabó, abandono, sé que esto me condenará de por vida, pero la última frase y su mirada penetrante me empujan a salir.

Sé que me buscarán, pero si me encuentran y me matan, sabré que me lo he merecido.

No ha pasado un día en el que no me arrepienta de lo que hice y aún así no puedo cambiarlo, daría mi propia vida por cambiar el pasado, pero tendré que llevar esa carga...