XX Edición
Curso 2023 - 2024
La carrera de relevos
Judith Prieto, 14 años
Colegio María Teresa (Madrid)
Blanca se había sentado bajo la sombra de un árbol. Lloraba con rabia al tiempo que se repetía:
«Tienen razón; no sé hacer nada. Soy una molestia para los demás».
Aquel día, el profesor de gimnasia había organizado unas carreras de relevos. A Blanca no se le daba especialmente bien el atletismo, pues era algo torpe. Por eso fue la última en ser elegida entre todos sus compañeros de la clase. La capitana del grupo al que le correspondió la última elección, pronunció su nombre con desdén, como si tenerla en su formación fuese un castigo. Blanca no dijo nada, aunque todos sabían que no se llevaba bien con aquellas chicas, a las que les gustaban los chismes y hablar mal a espaldas de la gente. Era consciente de que no se atrevía enfrentarse a ellas.
Nada más formar el equipo, la dejaron apartada. Se reían de ella mientras otros grupos planeaban una estrategia para ganar. Llegó el momento de correr y Blanca empezó a ponerse nerviosa, al pensar que iba a hacer el ridículo.
El profesor sopló el silbato para dar inicio a la carrera. Los primeros corredores de cada equipo saltaron a la pista. Blanca, que iba a participar en último lugar, temía que pudiera tropezarse antes de llegar a la meta. Estaba segura de que su puesto era una estrategia de la capitana para hacerle pasar vergüenza.
Al fin le pasaron el relevo a la chica que iba antes de ella, Olivia, la más popular del instituto. A Blanca le empezaron a sudar las manos.
En cuanto Olivia llegó a ella y le entregó el testigo, Blanca echó a correr, pero cuando llevaba unos cuatro metros, alguien le tiró de la coleta hacia atrás, lo que le hizo caer de espaldas y como a cámara lenta. Cuando abrió los ojos, se encontró con un grupo de estudiantes y el profesor, que la rodeaban.
Percibió unas risas más allá de aquel grupo de compañeros. No le sorprendió toparse con seis pares de ojos que la observaban con burla, en especial los de Olivia, que dibujó una sonrisita maligna. Se había salido con la suya, cómo de costumbre.
De vuelta a clase, Blanca recorrió los pasillos con la mirada perdida. La cabeza le seguía doliendo y tenía ganas de llorar ante la impotencia de no atreverse a pedirle a Olivia que le dejase en paz.
Salió al patio y se sentó bajo un árbol grande que había en una esquina. Allí empezó a llorar mientras se reprochaba en voz alta sus sentimientos de inutilidad. De pronto, escuchó unos pasos. Al volver la cabeza, se encontró de lleno con unos ojos azules que la observaban con sorpresa. Era Marcos, un chico de la clase que tenía frente a la suya. Se imaginó que le habrían comentado lo ocurrido, pero no entendía a qué había venido.
—Hola —la saludó.—Me han dicho que se han metido contigo las amigas de mi hermana.
Blanca se quedó sorprendida, pues desconocía que Olivia fuera amiga de la hermana de Marcos.
—Venía a saber si te encuentras bien. Dicen que te has dado un buen golpe en la cabeza —le comentó al tiempo que se agachaba junto a ella.
—Sí, estoy mejor, aunque aún me duele un poco.
Se quedaron en silencio un rato.
—Lo siento, pero no he podido evitar escucharte —continuó el chico. Blanca se quedó paralizada. Pensó que en ese momento también él se burlaría de ella—. No es verdad que no sepas hacer nada. De hecho, me parece que dibujas muy bien. He visto tus dibujos alguna vez y pareces una profesional —. Ella se sonrojó; no se lo esperaba—. Y tampoco es cierto que molestes a los demás. Es Olivia la única que molesta. Ella y sus amiguitas.
Estuvieron charlando durante un rato acerca de aquella situación. Blanca descubrió que en el colegio también había gente buena, como Marcos. Y por primera vez en mucho tiempo, sonrió al saber que tenía un nuevo amigo.