XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

La carrera

Juan Andrés Coromina, 16 años 

                                     Colegio Altair (Sevilla)  

Carlos había echado a correr sin mirar atrás. Acababa de lograr huir después de haber pasado dos meses cautivo y no quería volver con ellos. No sabía dónde se encontraba. Era un bosque de densa arboleda, repleto de arbustos que le arañaban las piernas, los brazos, el rostro… En su cabeza resonaban las palabras de Nacho:

—Escapa ahora que puedes; ya volverás a por mí.

Aquello le ayudaba a no detener la marcha, a pesar de su cansancio. Además, estaba seguro de que aquel hombre había enviado a sus sicarios para que lo atraparan y lo trajeran de vuelta. Era consciente de que no se detendrían hasta capturarle. Era demasiado valioso como para que pudieran perderlo.

Durante su cautiverio no se le había ocultado que había más niños como él en otros refugios, pero en aquel momento solo pensaba en salvarse a sí mismo. Como le dijo Nacho, si lograba pedir ayuda volvería a por los demás.

El muchacho no era capaz de acordarse del porqué de su estancia en aquel lugar. Tampoco sabía por qué no había huido antes. Entonces cayó en la cuenta del suero verde esmeralda que le inyectaban cada mañana antes del desayuno.

Carlos escuchó el silbido de una bala rozándole la cabeza. Ellos sabían que en sus condiciones no iba a aguantar mucho más a aquel ritmo. En aquel momento decidió hacer una estupidez: se detuvo y dio media vuelta.

Pudo ver a sus captores. Eran dos, armados con rifles y con el rostro tapado con un pasamontañas. Aunque estaba aterrado, se acercó poco a poco a ellos. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

—Muchacho, ya es hora de volver —le dijo uno de ellos—. No tienes a dónde ir.

—Si quieres que vuelva, tendrás que matarme —le respondió Carlos con un nudo en la garganta.

—No me tientes, chico. Sabes que lo haría sin pestañear.

—Pues hazlo; nada te lo impide.

El eco de un disparo se expandió por el bosque al tiempo que el pequeño veía pasar toda su vida ante sus ojos.

Al momento Carlos se incorporó. Atónito, se encontró con que uno de los captores yacía en el suelo, inmóvil.

Ni rastro del otro.

Entonces, Carlos cayó inconsciente.