IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La carta

Pilar Soldado, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

En la habitación se oían leves murmullos. El juez esperaba pacientemente a que la acusada respondiera las preguntas.

-No, no fui yo -dijo segura Catherine.

-Le recuerdo que ha jurado decir la verdad, señorita Orwick –comentó la detective–. ¿Mató usted a Tom Tedec? ¿Dónde está su cadáver?

-Ya le he dicho que no fui yo –respondió entre sollozos- ¿No se da cuenta de que iba a casarme con él? ¿Cómo iba a querer matarle?

-¿Por envidia, quizás? Él había estado comprometido con otra mujer que falleció en un accidente. Él no la había olvidado... ¿Se sentía celosa, señorita Orwick? Ayer interrogué a dos testigos y dijeron que usted le decía al señor Tedec que no le mencionara el nombre de aquella muchacha.

-¡Basta!-interrumpió la acusada– Todo eso son mentiras.

-¡Silencio!- exigió el juez, levantándose de su asiento–. Hasta que el abogado de la acusada Catherine Orwick no aporte pruebas a su favor, permanecerá en la cárcel.

-¡No!-suplicó Catherine-. ¡Eso es injusto!

Los guardias se llevaron a la acusada entre lamentos.

Alice abrió la puerta de la mansión del señor Tedec. Allí la detective debería encontrar alguna pieza que encajara en el misterioso puzzle de aquel asesinato. Subió los escalones de dos en dos y recorrió varios pasillos hasta dar con la habitación del fallecido. Una cama individual, una mesita de noche, varias lámparas y algún que otro cuadro eran lo único que decoraba la estancia del señor Tedec, que nunca llegó a casarse.

Alice cogió sus guantes blancos y se puso manos a la obra. Miró bajo el colchón de la cama, detrás de los cuadros, en los armarios... Cuando ya se había rendido, cogió uno de los álbumes de fotos y empezó a ojearlo. Allí estaba el joven Tom Tedec en su infancia, adolescencia y hasta poco más de los veintiocho años. En las últimas páginas aparecía junto a una muchacha bellísima, que supuso sería su antigua prometida. Cuando la detective sacó la foto del álbum para verla mejor, apareció un sobre debajo.

“A mi gran amor, Helen: Recuerda que siempre te querré, que jamás otra persona podrá ocupar tu lugar, que cuando sea otoño y las hojas caigan volverá a mi mente la imagen de aquel traje blanco que nunca pudiste ponerte... ¡Helen!, me siento tan sólo... ¿Durante cuanto tiempo podré soportar esta tristeza?”

–¡Qué carta tan conmovedora! -se dijo Alice.

Tras observarla detenidamente descubrió que el papel había sido rasgado, como si la frase continuase. “Te he pillado Catherine”, pensó.

La acusada lloraba, y lloraba.

-Me temo, Catherine, que esta vez no tiene escapatoria –le aseguró la detective–. Sus huellas dactilares coinciden con las de esta carta. Además, me tomé la molestia de investigar en su casa y me llevé una sorpresa al ver que escondía en su diario un papel... Leamos lo que dice: “Hace poco conocí a un muchacha. Es preciosa, pero no como tú... Ella me dice que la abrace, que la quiera.¡Me insiste tanto! Y yo la quiero, pero no como te quise a ti. ¿Estaré engañándome?)”.

-Yo no lo maté –lloraba–. Cuando fui a la casa de mi prometido descubrí aquella carta y pensé que ustedes creerían que yo lo había matado por celos. ¡Por eso arranqué la hoja!

Alice siguió discutiendo con Catherine hasta que el juez impuso orden. La detective debería seguir investigando para averiguar, de una vez por todas, la verdad.

Alice descubrió el lugar en el que había fallecido Helen Louse, la prometida de Tom Tedec. Se trataba de una curva muy peligrosa sobre un pequeño barranco. Alice tuvo una corazonada. Cogió su coche y un mapa, salió de la ciudad y se internó por un bosque. De repente, detuvo el automóvil y se bajó para contemplar un barranco. No era muy inclinado, pero tampoco podía descenderlo a pie. ¿Qué encontraría más abajo? Para saberlo tendría que dar la vuelta y bajar por otro camino.

Así lo hizo. Se topó con un lago. La muchacha fijó la vista en la montaña y vio el barranco donde antes había estado. Por la zona no había ningún rastro de automóvil, pero eso no le desanimó. Seguía cavilando cuando tropezó con una piedra y calló al suelo. De esta forma halló la boca de una cañería oculta por la maleza. “Que extraño”, se dijo. Alice se internó por el túnel a gatas con una linterna. El corazón le latía apresuradamente, cuando, a mitad de camino encontró lo que buscaba.

***

-Efectivamente –anunciaba la famosa detective a los periodistas–, el caso ha sido resuelto. No fue un asesinato sino un trágico accidente lo que provocó la muerte de Tom Tedec. Viajaba en su coche cuando se salió de la carretera y fue a parar al barranco. Como bien saben, allí abajo se encuentra un lago que arrastró el auto hasta sus profundidades sin dejar un sola pista. Gracias a mi equipo, hemos podido sacarlo del lago. Aún así, el cadáver no se encontraba dentro del automóvil. Cuando fui al lugar descubrí la salida de una antigua cañería. Al adentrarme, pude ver que allí descansaba el cuerpo de Tom Tedec. Según la autopsia, el joven había sufrido un derrame cerebral. Así pues, tampoco fue un suicidio. El fallecido pasó allí sus últimos momentos, lo que me lleva a solicitar públicamente mis disculpas a la señorita Catherine Orwick. Buenas tardes –finalizó mientras abandonaba la sala.

-¡Catherine! –llamó Alice a la señorita, que se encontraba afuera del juzgado-. Cuando descubrí el cadáver de tu prometido, que en paz descanse, encontré esto entre sus manos – le tendió un sobre.

“Querida Catherine: Puesto que no sé si volveré a verte otra vez, te escribo para decirte que amaba a Helen y que siempre sufrí por su pérdida. Pero me hicieron falta estos últimos cuatro años para darme cuenta de que tú eras la persona que daría un nuevo sentido mi vida. Al principio creí que no estaba haciendo lo correcto. Mi mente estaba anclada en el pasado, pero gracias a ti pude descubrir que, aunque la muerte de Helen me doliera, debía seguir luchando por ser feliz. Ojalá pudiera verte con un vestido blanco, pero sé que no es posible. Confío en que leas esto y que, aunque ya no esté contigo, me recuerdes, pero no como un pensamiento triste sino como uno alegre que te impulse a querer despertarte con una sonrisa todas las mañanas.”

- Gracias Tom – sonrió alegre Catherine.