XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

La cima del Kumzu 

Santiago Gutiérrez Espinosa, 15 años  

             Colegio El Prado (Madrid)  

Mucho antes de convertirse en escalador, cuando era un niño, Luis se extasiaba contemplando un libro que traía preciosas imágenes del monte Kumzu, con sus nieves perpetuas y sus faldas cubierta de hierba. Con el tiempo supo que ningún montañero había logrado coronarlo. Desafiante, aquella montaña que se alzaba sobre el llano estaba aguardándole.

«Seré el primero en alcanzar su cima», se prometió.

Años después, convertido en un montañero profesional, comenzó la preparación de aquella aventura. Sabía que se trataba de una hazaña que no podría realizar en solitario. Por eso se unió a Carlos, al que conoció en un curso de instrucción para escaladores, y a Miguel, quien no estaba del todo seguro de si conseguirían coronar el Kumzu. Uno de los motivos de que persistieran en su propósito se debió a la recompensa económica que obtendría de una sociedad de naturalistas. Miguel era fotógrafo, encargado de inmortalizar en imágenes la ascensión.

Necesitaron seis meses de preparación antes de fijar la fecha del ascenso, tres semanas antes de la gran borrasca que anualmente azotaba aquella cordillera. Era durante aquellas tres semanas cuando el tiempo se calmaba.

Llegado el gran día, se levantaron al alba, se cargaron las mochilas, comprobaron la presión de las bombonas y partieron con el fin de cumplir un sueño. Atravesaron la llanura con facilidad, iluminados por la luz anaranjada de los primeros rayos de sol. Antes de que calentara, llegaron al pie del gran monte. Al mirar hacia arriba, la cima se perdía de vista.

Comenzaron a ascender. Era mediodía y el sol se hacía notar. Decidieron descansar y reponer energías. A pesar de que por el momento la pendiente no era muy pronunciada, habían caminado una veintena de kilómetros. Se hallaban en un prado, por lo que aprovecharon para tumbarse en la hierba para dormir un poco. No fue hasta bien entrada la tarde que se despertaron. Anduvieron cinco kilómetros más, muy por debajo de lo que habían previsto para aquella primera jornada.

El segundo día la pendiente se hizo más inclinada. Ya no vieron apenas hierba que amortiguase sus pisadas, tan solo algunos arbustos entre las rocas.

Según pasaron los días, empezaron a aparecer la nieve y hielo. El décimo se levantaron y comenzaron su trayecto. Tras cuatro horas de intensa caminata, cayeron en una densa bruma que les redujo la visibilidad. Había llegado el momento de colocarse las máscaras de oxígeno. Tras superar la neblina, el cielo se iluminó: el sol brillaba más fuerte que nunca. Anduvieron un poco más y acamparon. Solo quedaba un día para coronar el pico.

Amanecieron a las siete. Tras desayunar unas barritas energéticas, partieron. A su paso encontraron rocas de extrañas formas que Miguel no dudó en fotografiar. Según ascendían comenzaron a distinguir unas manchas moradas en el suelo. Se trataba de unos líquenes que apenas necesitan oxígeno. Cuando al fin pisaron la cumbre, intercambiaron abrazos y lágrimas de emoción.

Aunque no disponían de mucho tiempo, se quedaron extasiados ante el panorama que se divisaba desde allí. Nadie a lo largo de la Historia había tenido aquel paisaje ante los ojos. Eran unos privilegiados. Ante la posibilidad de que pudieran encontrarse con dificultades, emprendieron el descenso, orgullosos de haber sido los primeros en coronar el Monte Kumzu.