XX Edición
Curso 2023 - 2024
La conferencia
Blanca Carrasco, 14 años
Colegio Adharaz (Sevilla)
Aquella tarde, Mateo Delgado se encontraba ocupado desplegando sus efectos personales por el diminuto despacho del colegio que acababa de contratarle como profesor de Literatura.
Era periodista. Y escritor aficionado. Mucha gente le decía que tenía el don de la palabra y una gran elocuencia, lo que lo había llevado a preferir la enseñanza a trabajar en los periódicos de su ciudad.
La puerta se abrió con un sonoro crujido. El director del instituto pasó a la pequeña habitación.
–Con su permiso.
—Buenas tardes, señor Sorel –le saludó Mateo, poniéndose en pie y sacudiendo el polvo de la manga de su chaqueta.
—Buenas tardes, profesor —respondió el aludido—. Espero que esté a gusto con nosotros. Vengo a pedirle un favor: el centro va a organizar una conferencia acerca de la poesía y su sentido. Su predecesor era el encargado de este tipo de actividades.
–Estaré encantado –aceptó el reto.
–Gracias –lo celebró el director–. Pero, le ruego que no se ciña a las definiciones. buscamos algo más… trascendental. ¡Ah! Y tiene que tenerla lista para mañana.
Mateo Delgado asintió. Después aguardó a que el director saliera por la puerta, para dejarse caer en la silla de su escritorio.
«De todos los temas posibles… ¡tengo que hablar de poesía!«», pensó alicaído.
Acto seguido buscó en la estantería un tomo dedicado a los poetas clásicos en castellano. Lo ojeo, dispuesto a encontrar el sentido de aquella forma de hacer literatura que, por cierto, siempre le pareció tan extraña, pues no alcanzaba a comprender su significado.
Tras varias horas de profunda frustración, salió del despacho arrastrando los pies. Los pasillos del colegio estaban desiertos, salvo por la presencia de un alumno de unos doce años que permanecía apoyado en la pared, claramente aburrido.
—¿Quién eres? —se interesó el profesor–. Y, ¿qué haces aquí a estas horas?
—Soy víctima de una detención. Por lo visto, a mi profesor no le ha gustado que le replicara –habló el niño con aire de superioridad—. Ah, por cierto, el segundo verso que usted estaba recitando lo ha pausado mal.
–¿Quién eres? –Mateo se sentía desarmado por la franqueza del alumno.
–Me llamo Lucas. Lucas González.
—Profesor Delgado, un placer. Entonces, ¿me has estado escuchando? —le preguntó. Le vino una idea a la cabeza—. ¿Te gusta la poesía?
—Por supuesto —bufó el chico.
—¿Podrías ayudarme?
Lucas echó a andar sin responderle.
—Espera —le llamó el profesor—, ¿a dónde vas?
—A la biblioteca —le dijo el muchacho después de un rato.
–Te acompaño.
Lucas no perdió el tiempo una vez llegaron a la biblioteca del centro. Se plantó ante una estantería y sacó un ejemplar.
—Esto no es un clásico —se quejó el profesor al examinar el volumen.
A Lucas González no le importó el comentario. En una mirada se lo dejó claro: o se hacía a su manera o no se hacía.
Durante el resto de la tarde leyeron poemas de los principales rapsodas románticos, de los poetas de la Generación del 27 y, también, de otros autores menos conocidos.
–Te reconozco que al fin me he sentido cercano a la lírica –le confesó Mateo en la puerta de la escuela–. ¿Vendrás mañana a la conferencia con tus padres?
Lucas no le respondió. Se dio media vuelta y comenzó a caminar por la calle.
Al día siguiente, Mateo Delgado subió a un atril. Había mucho más público del que se había esperado. Agarró fuertemente sus notas, que estaban llenas de correcciones y anotaciones al margen. Carraspeó y comenzó. Su intervención duró lo que tenía que durar, no vaciló demasiado y a los asistentes pareció agradarles, a juzgar por la larga ovación que recibió tras recitar un último fragmento de “Las coplas por la muerte de su padre”. Cuando todo acabó, el director le estrechó la mano para felicitarlo. Entonces, el profesor le preguntó por Lucas González.
–Me gustaría saludar a sus padres. Sin ese alumno, mi conferencia hubiera sido un fracaso.
—¿Lucas González? –el señor Sorel se pellizcó la barbilla–. No tenemos a nadie en este colegio que se llame así.