VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

La entrevista

Lola Botija, 17 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Ariadna apretaba los dientes nerviosa. Una arruga alargada surcaba su cara y sus labios se fruncían, haciéndose pequeños y finos.

En aquella sala había cinco personas más, todas vestidas de manera sobria y en colores apagados, todas en silencio, con la mirada ida y nerviosas.

Una sala de espera siempre es un sitio donde se masca la tensión y la impaciencia. Aquella no era una excepción, todavía más cuando lo que se aguarda es un puesto como director adjunto en la importante multinacional Coumbien Company S.L.

El tic tac del reloj consumía el tiempo y la conversación de la secretarias como telón de fondo no ayudaba a la relajación.

Una chica de voz chillona la llamó desde el interior de un despacho:

-¿Señorita Cepdevilla...? Pase, por favor.

No había terminado aquella frase cuando por la misma puerta salía un hombre mayor, con cara de susto y varios papeles en mano.

-Ya le llamaremos -se escuchó al fondo.

Ariadna entró vacilante. Tenía una carpeta repleta de formularios, certificados, documentos y otros papeles que engrosaban su curriculum.

-Dígame, ¿quien es usted?

(...).

La entrevista fue un desastre, un completo desastre, a pesar de que Ariadna creía tener muchas tablas en procesos de selección laboral. Pero el director de la compañía había conseguido desmoronar toda su estructura mental, desestabilizándola emocionalmente hasta el punto de haber descubierto, de manera asombrosa, sus puntos débiles. Comprendió que había sido un blanco fácil: sabia que aquella batalla estaba perdida.

Aquella empresa buscaba gente que aguantara mucha presión, que no se derrumbara. Así que cuando una de las secretarias apareció en la sala de espera sosteniendo un papel con nombres, no le extrañó no hallarse en la lista. Ariadna salió a toda prisa.

Mientras caminaba hacia la puerta, una cólera batía su interior: maldecía su debilidad, la compañía, su idea de presentarse a la entrevista y hasta a su vida entera. Lo maldecía todo, murmurando mientras fruncía en ceño. El corazón le bombeaba a un ritmo vertiginoso. Decidió dar un paseo para relajarse un poco.

Aunque le costaba reconocerlo, había perdido por no ser la mejor candidata, no haber logrado convertirse en el centro de atención. Aquello le resultaba muy frustrante. Entonces, en un gesto humano, se pellizcó el brazo: había perdido pero seguía viva. Comprobó que respiraba, que la sangre fluía por sus venas, que veía, oía, olía y hablaba. Sonrío para sí.

Cogió su maletín con fuerza y, con paso firme, se dio un homenaje en una pastelería cercana.