VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

La espera

Esperanza Pérez Mir, 16 años

                  Escuela Zalima (Córdoba)  

Dolor, nervios, impotencia... y no saber qué hacer. Eran los sentimientos que definían su estado.

Estaba sentado en una sala de espera del hospital, con el casco de la moto en la mano, ceñido por vendas en el tronco y los brazos. Contaba los minutos que faltaban para que la policía apareciese para tomarle declaración. Antes de que viniesen, necesitaba llamar a alguien que le aconsejara qué hacer. Sin embargo, no conocía a nadie de confianza en la ciudad, de la que huyó años atrás.

Tuvo una idea: telefonear a su hermana mayor, que seguía viviendo allí. Se acordó de cuando eran niños, pues ella siempre lo sacaba de todos los líos. Sin embargo, un resto de orgullo le decía que no debía quedar como un inútil; era mejor no deber favores a personas como ella, con la que no hablaba desde hacía años. Pero sabía que se equivocaba. De hecho, se arrepentía de haberla dejado sola frente a todos los problemas de los que él había escapado. No era, además, un gesto de buena persona buscarla después de tanto tiempo sólo porque no le quedaba otra opción.

Claudia se encontraba en su piso. Acababa de hacer la limpieza y de prepararse la comida cuando sonó el móvil. Sin ganas, se levantó. Cuando vio el número de su hermano en la pantalla, una ola de rencor subió por su cuerpo. No sabía si dejarlo pasar o descolgar para darle un grito. Le conocía bien: “Se habrá quedado sin dinero”.

Pasados unos minutos, le reconcomía la conciencia. Al fin se decidió a devolverle aquella llamada.

-¿Sí?...- escuchó la voz de su hermano.

-Me has llamado. ¿Qué quieres ? –le espetó de malos modos.

-Necesito tu ayuda

-No esperaba que me llamases para otra cosa. De que se trata esta vez... ¿Necesitas dinero? Recuerda que el último no me lo has devuelto aún. ¿Te han vuelto a multar?... La única persona que te puede ayudar es, otra vez, la imbécil de tu hermana, la única que aún puede hacerte favores, ¿verdad?

-Ven a Urgencias, por favor... No quiero dinero, necesito que vengas, te lo suplico - Jorge no pudo aguantarse las ganas de llorar.

Aquellas palabras ablandaron el corazón de su hermana. Mientras una mitad del corazón se preocupada por lo que pudiera haberle pasado, y deseaba perdonarlo y abrazarlo, la otra se ufanaba, convencida de que, fuese lo que fuese, lo tenía merecido.

-Salgo para allá.

Colgó, fue a vestirse, preparó el bolso y se dirigió al hospital.

Se lo encontró en la sala de espera, sin poder apenas moverse, consultando el reloj del teléfono móvil.

Cuando la vio llegar, sintió un vuelco al corazón. Se puso en pie como pudo y corrió a abrazarla. Claudia no pudo evitar no hacer lo mismo. Todo el resentimiento había desaparecido.

Se sentaron en un banco.

-¿Qué te ha pasado? -preguntó ella con dulzura.

-Pues todo... No sé por dónde empezar.

-Empieza contándome por qué estás aquí y cómo te has hecho esto.

-Hace dos días me di cuenta de que no tenía dinero suficiente para el alquiler. Le pedí un aumento a mi jefe, pero él se negó, así que decidí venir a la ciudad con la moto, para pedíroslo a ti o a mamá.

-Si ya sabía yo...

-En el trayecto, un hombre apareció en medio de la autopista. Casi lo atropello. Tendría unos treinta años y estaba lleno de heridas. Me suplicó que lo llevase en la moto a un lugar seguro. Sin saber ni cómo se llamaba, permití que se subiera. Nada más sentarse me pidió que acelerara; repetía que lo iban a alcanzar. No sabía a qué se refería.

-Pero en qué lío...

-Unos kilómetros después -continuó si prestarla atención-, a través del retrovidor vi que nos seguía una furgoneta. Aceleré, pero entonces el conductor de aquel vehículo pisó a fondo, nos adelantó y frenó bruscamente. Nos caímos de la moto.

Su hermana, sorpredida por aquella historia, se llevó las manos a la boca.

-Eran cuatro, por lo menos, e iban a dispararnos. Pero algo les tuvo que salir mal, ya que huyeron antes de apretar el gatillo.El resto, ya lo ves -le observó con ojos tristes-. Una ambulancia me trajo hasta aquí. Los médicos han visto que no tengo lesiones graves, que con un poco de reposo...

-¿Qué ha pasado con tu acompañante?

-Dicen que se ha llevado la peor parte y no saben si logrará sobrevivir.

-¿Y los asesinos?

Su hermano se encogió de hombros.

-Lo único que puedo añadir es esto -sacó del bolsillo una nota-. Me la dio una mujer hace un rato.

“Si hablas, te mataremos”, leyó la hermana.

-He pedido a los médicos que vigilen al herido, que no dejen que nadie lo visite, pero no creo que me hagan caso hasta que venga la policía. Entonces -tembló- los agentes me preguntarán y tendré que negarlo. Al final, nos acabarán matando a los dos.

Elena no sabía si creerle.

-Vamos, déjate de líos y acompáñame a casa.

Los dos hermanos juntos salieron a la calle.