XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
La estrella
María Fernanda Arce, 14 años
Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)
En una casa situada en los verdes campos, junto a la pequeña aldea, había una acogedora casa en la que vivían Lara y su abuela Georgina. Llevaban allí desde el nacimiento de Lara. Como sus padres murieron cuando era muy pequeña, Georgina hizo las veces de madre. Y eran muy felices.
En Navidad se sentaban juntas frente al nacimiento para contemplarlo. Lara era una niña analítica y curiosa, a la que todo le intrigaba. Nunca parecía satisfecha con lo que le respondían, pues prefería comprobarlo por sí misma.
—¿Por qué el Niño está tapado con algodón? ¿Por qué visten así? ¿Por qué los pastores miran al Niño? ¿Por qué los Reyes Magos le llevan regalos?...— disparaba sus preguntas a la abuela.
Aunque Georgina le narraba entonces la historia de lo que ocurrió en Belén en aquel lejano tiempo, Lara seguía sin sentirse satisfecha.
Una tarde, mientras su abuela dormía, se sentó sola junto al nacimiento. Le parecía tan hermoso que fue a acariciar la pelambrera de una oveja. Al rozarlo se vio envuelta en un humo celeste que la transportó a otro lugar. Apareció en un prado, que le recordó a las laderas que divisaba desde su casa. Como escuchó un rumor de aguas, echó a caminar y descubrió un río. Al mirar la corriente, Lara se quedó sorprendida.
<<María, bendita María… Eres la brisa suave de Elías, un susurro del espíritu de Dios>>, escuchó un hablar bellísimo, como una canción que provocaba el curso de las aguas. Y, como por ensalmo, se transparentó en ellas el cuerpo de un arcángel.
<<Hágase en mí según tu palabra>>, habló entonces una joven entre los rizos transparentes del caudal.
—¡Es la Virgen María, la que está en mi nacimiento! ¡Qué bella luz irradia!— exclamó Lara, atónita.
Fue tanta su curiosidad que sumergió las manos en un intento de tocar a María y al arcángel. Entonces se calmaron las aguas y vio otro reflejo. Era José junto al mismo arcángel, que le anunciaba la noticia del nacimiento de Jesús. Lara, afanosa, sumergió las manos varias veces para ver qué ocurría, y fueron apareciendo diferentes escenas: primero los pastores que dormían al raso, después los Reyes Magos tras su estrella guía.
—Esta es la historia que se representa en mi nacimiento— pensó.
Tocó por última vez el agua, y se sorprendió aún más al ver el pesebre al completo sobre la superficie cristalina.
Se acercaba el ocaso y Lara sintió un repentino cansancio. Se acostó sobre la hierba. El cielo se cubrió de estrellas. Entre ellas destacaba una, grande y parpadeante.
—Se parece a la del árbol de Navidad —se dijo a sí misma.
Sintió que la estrella estaba tan cerca que Lara alzó su brazo y, para su sorpresa, la pudo coger. Se incorporó, y tan iluminada y radiante como era se la metió al bolsillo con cautela. Volvió a recostarse y se quedó dormida.
Se despertó en su cama. A toda prisa se puso en pie y echó a correr por el pasillo, para contarle a su abuela lo que acababa de vivir.
—¡Abuela, abuelita! Tengo que decirte algo. He tenido un sueño extraordinario —exclamó de camino a la sala.
—Cálmate, hija —le respondió Georgina, pegando pequeños golpecitos en el reposabrazos del sillón–. Ven y cuéntame.
—Abuela, no vas a creértelo… Estaba sentada, mirando el nacimiento cuando…— Lara empezó a contarle el sueño desde que rozó la oveja—… Entonces, vi la estrella.
—Escucha, Lara –la interrumpió–, sé cómo termina ese sueño: cogiste la estrella y te la guardaste en el bolsillo. ¿O me equivoco?
—Es cierto. La guardé aquí —dijo, metiendo la mano en el bolsillo.
Allí estaba la estrella. Y, como recordaba, era como la del árbol de Navidad. Giró la cabeza, boquiabierta, en busca de una explicación. Georgina le regaló una cálida sonrisa —en la que se leía que sabía algo más—, mas de su boca no salió una palabra.