VII Edición
Curso 2010 - 2011
La excursión
Helena Sánchez Carrizosa, 16 años
Colegio Pineda (Barcelona)
Héctor me guió hasta el garaje que compartían las dos familias y, esquivando los coches, me indicó un punto que yo no alcanzaba a ver.
-Elige una –dijo suavemente-. La que quieras. Yo ya tengo la mía.
Me asomé y al fin unas cuantas bicis alineadas contra la pared. También había un patinete.
-¿Para qué? –inquirí -¡Con lo poco que me gusta ir en bici! ¿No puedo coger el patinete?
-Entonces te dejaré atrás.
Aquello cambiaba las cosas. No me hice más de rogar.
-Quiero la roja. La grande.
-No le funcionan los frenos.
Me encogí de hombros. No pensaba ir en otra, ya que las demás me parecieron viejas y poco mayores que triciclos; además, la que yo había escogido era de un llamativo color escarlata y tenía una cesta en la parte delantera. Él alzó las cejas, pero no insistió; le seguí de vuelta a la calle. Cuando Andra y Luis nos vieron aparecer, corrieron adentro y salieron en poco tiempo: Andrea con su monopatín y su hermano con una bici azul.
-¡Héctor! ¿Vamos al parque? –gritaron.
Él dramatizó haciendo que lloraba y mirándome por entre las rendijas que dejaban sus dedos, con aquellos ojos profundos que brillaban con picardía.
-¿Por qué siempre queréis hacer carreras? –se quejó-. Sabéis tan bien como yo que por allí pasan coches.
Mientras discutían, reparé en Bibi, mi gemela, sentada en la acera sin perder un detalle de la conversación.
-Iremos a la ermita –estaba diciendo Héctor en ese momento, tratando de hacerse oír entre las súplicas de los niños.
Me acerqué a mi hermana y le pregunté si quería venir con nosotros.
-Sabes que odio las bicicletas. Creía que tú también –se levantó-. Paso.
La observé mientras se dirigía hacia la entrada de la casa.
-No me importa ir en bicicleta si voy a pasar un buen rato con mis amigos.
Ella me miró y me dijo con voz queda:
-Las bicis que quedan son muy pequeñas.
Cerré fuertemente los párpados y conté mentalmente hasta diez. Entonces le ofrecí mi bicicleta, arrimándole el manillar.
-Toma. Yo cogeré el patinete.
Me sonrió, lo que le dio a su semblante normalmente alicaído un toque de luz. Inmediatamente me sentí mejor.
«¡Qué remedio!>>, me dije. <<Todo sea para que la pobre Bibi no se quede sola».
Cogí el dichoso patinete, demasiado bajo para mí, y sintiéndome ridícula me uní al grupo.
La excursión dio comienzo.
Mi hermana se puso junto a Luis y Héctor y comenzaron a parlotear como si nada hubiera pasado. Andrea y yo los seguíamos a duras penas, al principio separados por unos metros de calzada, que poco a poco fueron aumentando.
Avanzar se me hacía cada vez más trabajoso, ya que la carretera se iba empinando suavemente. El cansancio, sumado al calor de finales de julio, empezaba a lograr que me sintiera bastante molesta. Además, me sentía como una tonta por haberle hecho un favor a Bibi que ella no iba a devolverme, por ejemplo, esperándome cuando me quedara atrás.
En un determinado momento, los ciclistas desaparecieron de mi vista tras remontar una cuesta. Andrea y yo nos detuvimos a descansar. Entonces decidí que no pensaba subir aquella montaña sobre aquel estúpido cacharro metálico.
Más que el cansancio, el calor, o cualquier otro sentimiento, lo que más me frustraba era que Bibi estaba pasando una feliz tarde hablando con Héctor. ¿Por qué el mundo era tan injusto y yo, tan buena? Así que acumulé mi rabia en la pierna derecha y propiné una patada al patinete, lo que me provocó un dolor intenso en la punta del pie.
Me giré y vi a Héctor, que me miraba sonriendo. Sentí de pronto vergüenza y recogí del suelo aquel cacharro con ruedas. Me hubiera muerto allí mismo si él no hubiese hablado en ese momento:
-Vamos. Yo os llevo.
No le comprendí en un principio, pero cuando vi a Andrea subirse a su monopatín y agarrarse al chico por un lado, entendí su propuesta y me negué en redondo.
-¿Pretendes que nos aferremos a ti mientras tiras de nosotras? ¡Nos vamos a matar!
Me hizo un guiño que provocó que me temblaran las piernas.
-¿Por qué no lo pruebas?