IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La foto

Núria de Bofarull, 16 años

                     Colegio La Vall (Barcelona)  

Recuerdo mi infancia como aquellos días de luz en los cuales todo era alegría y calor. El día empezaba con los despertares más suaves que uno imaginarse pueda: la luz que se colaba por las ranuras de las persianas. Poco después escuchaba la voz de mi madre: “¡Niñas levantaros!”. A partir de entonces llegaban horas y horas para aprender a multiplicar, restar, empezar a leer libros sin dibujitos…

Pero hubo un día que me dejó una huella especial. Fui a buscar mi caja secreta, un cofre con un largo historial: empezó como la típica caja de pastas para el té, después fue el costurero de mi abuela para pasar por último a mi propiedad. Allí guardaba todos mis tesoros: postales, dibujos… Pero lo más importante de todo era la foto de mi abuelo.

Como siempre, tras mirar la foto, seguí mi rutina diaria: desayunar e ir al colegio. Mi compañera de pupitre, María, me sorprendió con una pregunta:

-Nuria, esta mañana mi hermano Juan le ha dicho a mi mamá que ya no se acordaba de nuestro abuelo Tomás. Y he estado pensando que yo ya no me acuerdo tampoco de él. Estoy muy triste... ¿Tú te acuerdas del tuyo?

Muy segura de mi respuesta le contesté:

-¡Tienes que tener una caja secreta! Entonces, cada mañana sacas de ella una foto de tu abuelo y le das un beso.

Su cara reflejó una gran sorpresa, así que le concreté aún más:

-Es lo que hago yo.

María pareció satisfecha ante mi explicación. Le había solucionado un problema que le agobiaba.

Unos días mas tarde la canción mañanera de mi madre me despertó de nuevo. Desayuné, me vestí, pero cuando fui a buscar la vieja y arrugada foto de mi abuelito a la cajita, descubrí que había desaparecido. ¡El día transcurrió como si me faltara un trozo de mí misma, como en un tobogán sin fin! Mis amigas me preguntaban qué me pasaba, que por qué no jugaba a saltar a la comba. Sólo mi amiga María me comprendió.

Al llegar a casa mi madre, que sabe siempre lo que te sucede aunque intentes disimularlo, me miró a los ojos.

-Nuria, pequeña, ¿qué ha ocurrido?

No pude aguantar más y mis labios empezaron a temblar. Enseguida se despertaron dos lágrimas. Le expliqué a mi madre que ya no me podría acordar del abuelo porque había perdido su foto, lo mismo que le había pasado al hermano de María.

En ese momento mi madre me dio una contestación que aún perdura en mi mente:

-Nuria, para acordarte del abuelo no hace falta tener una foto. Para acordarte del abuelo solo tienes que recurrir a tu memoria. A ver, ¿qué hacia siempre el abuelo?

-Leer el periódico –dije, sorbiéndome la nariz.

-¿Que te decía el abuelo? -me preguntó mi madre sentándome en sus piernas.

-Que no creciera más… -respondí tímidamente.

-¿Y como te lo pasabas mejor con él?- preguntó por último.

-¡Cuándo me hacia cosquillas!

Mi madre me dio un delicado beso en la frente y me dijo:

-¿Ves como sí que te acuerdas del abuelo? Mándale un beso al cielo, anda.

Las dos nos miramos y nos reímos. Sé que algún día estaremos de nuevo todos juntos, al lado del abuelo.