XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

La fuerza de
los pensamientos 

José Armando Castillo Esquivel, 16 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa–Perú) 

Se acurrucó en su pupitre mientras la profesora de Sociales proseguía la clase. A Ella le parecía mágico escuchar acerca de héroes, príncipes y villanos del pasado remoto. Cada vez que su maestra comenzaba a describir la historia de un nuevo personaje, Ella daba forma en su imaginación a todo lo que escuchaba. Reproducía en su cabeza sangrientas batallas entre cavernarios a cuenta de un pedazo de mamut, o bien subía a caballo para encabezar, como la heroína de un ejército de caballeros que la aclamaban como Ella de Arco. Aquellas clases le resultaban un gozo. 

Pero, por raro que parezca, nunca terminaba de construir totalmente aquellas historias, pues el timbre se las arrebataba irrespetuosamente. 

Aquel día la profesora Charlotte comenzó la clase con una explicación de las ideas “feministas” presentes en la literatura romántica, y cómo esa corriente desembocó, de una u otra manera, en la Convención de Seneca Falls, cuando las mujeres, por primera vez y de forma masiva, marcharon por las calles exigiendo su derecho al voto.

Esta vez Ella tomó nota de lo que escuchaba.

<<Mejor hoy soñaré desde la comodidad de mi hogar>>, se dijo. <<Y para no perderme detalles de la explicacion, escribiré en el cuaderno>>.

La maestra terminó la sesión recomendando a las chicas cómo debían abrir su camino en el mundo.

–Solo el buen comportamiento y el estudio lograrán que marquéis la diferencia –concluyó. 

Ella se apresuró a subrayar esa frase. 

Sin levantarse de su escritorio, comenzó a ensoñar acerca de su primer día de Universidad, el olor de los libros, el pupitre gastado, el profesor regordete y la compañía de su cuaderno. Continuó fantaseando sobre sus nuevas amistades y los exámenes, hasta que el timbre la devolvió a la realidad. 

–Señorita Dunbar, dejaré aquí su permiso –dijo Sonia.

–Está bien. Gracias –replicó Ella.

Sin moverse de su mesa siguió pensando, esta vez en las noches que llegó a pasar en vela con un libro en las manos, y cómo su madre la regañaba por ello. 

–A este paso no pasarás de año –le advertía, tratando de sonar malhumorada.

–No te preocupes, que ya dormiré en el futuro –le replicaba Ella.

Continuó hilando fantasías, esta vez con la cabeza en el diploma que, fruto de su esfuerzo, recibiría. En cómo se lo ofrecería a sus padres con una sonrisa. 

Un muchacho gritó desde la puerta del aula:

–¡El exámen! 

Ella miró su reloj. Solo quedaban cuatro minutos. Tendría que apresurarse en acabar aquellas imaginaciones… Por eso se concentró en los detalles de la ceremonia.

<<Las flores blancas en mis zapatos charol y el reloj dorado de mi padre, siempre puntual>>, dijo para sí. 

–¿Doctora? –llamó nuevamente el muchacho.

 <<Blancas no; mejor celestes>>.

–Perdón, profesora –se disculpó Ella–. ¿Me haría el favor de repetir?

–Doctora… ¿se encuentra bien? –le preguntó el muchacho con tono de preocupación, mientras se le acercaba.

–Si hijo; espérame en clase

Se retiró algo confundido y Ella se apresuró a mirar el retrato que tenía a su lado. Su madre sonreía en la fotografía.

–Lo conseguí; abrí mi camino.