VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

La fuerza de un amigo

José Antonio Hurtado, 14 años

                Colegio Mulhacén (Granada)  

Hace días, en la costa de Granada, un socorrista llamado Álvaro se retiró abatido. Como él imaginó, acababan de reemplazarlo por otra persona. Era el castigo por lo que sucedió cuando una niña estuvo a punto de ahogarse. La noche anterior, Álvaro había bebido más de la cuenta y al ir a trabajar todavía tenía los sentidos nublados a causa de la bebida.

Se sentía arrepentido. Por suerte, dos bañistas se percataron de que la pequeña pedía auxilio y acudieron a socorrerla. Cuando llegaron a la orilla, les pidió disculpas con la cara enrojecida.

Antes de abandonar la playa, Álvaro observó a un grupo de jóvenes que saltaba peligrosamente desde unos peñascos elevados. Sabía que corrían el riesgo de sufrir alguna fractura en la caída y ahogarse, pero él no estaba de servicio. Aunque lo estuviera, tenía miedo de volver a fallar.

Su sustituto se hallaba tomando el sol, despreocupado. Era un novato que creía que nunca ocurriría algo inesperado.

-¡Eh, Álvaro! -gritó alguien a sus espaldas-. ¿A dónde crees que vas?

Se giró y vio que su mejor amigo corría hacia él con la lengua fuera.

-¿Qué quieres, Gonzalo? Me voy a casa. Aquí no tengo nada que hacer. Me han reemplazado por otro -dijo en un tono entre triste y enfadado.

-No te puedes rendir por un fallo. Ve ahora mismo a hablar con tu jefe y dile que solo fue un error y que no volverá a pasar -le animó.

-No quiero. Además, no puedo. ¿No me entiendes? Ya no sirvo para el socorrismo. Nadie cree en mí. Por eso me han sustituido -contestó frustrado.

- Pero…

En ese instante se escuchó un grito cerca del mar.

-¿Qué ha sido eso? -Gonzalo miró hacia la playa.

Los veraneantes se habían se estremecieron. Muchos se pusieron en pie. Se preguntaban a qué se debía aquel grito.

Álvaro tuvo un presentimiento: alguien corría peligro en el mar, pero no estaba seguro y decidió ignorarlo y seguir su camino. Pero hubo un aviso que le hizo confirmar sus sospechas:

- ¡Socorro! ¡Nuestro amigo se está ahogando!

Un niño de dieciséis años chapoteaba con la nariz y la boca fuera del agua, intentando respirar, pero se veía a la legua que no podía nadar. En las altas rocas desde las que se lanzaban los chavales, se encontraban otros tres amigos asomados al mar para ver a su compañero. Le gritaban que nadara hacia la orilla, pero él no podía. En el salto se había hecho daño en la pierna y en el brazo izquierdo.

El socorrista de servicio seguía ajeno a aquel suceso. Escuchaba música a todo volumen.

-Álvaro, ¿a qué esperas? Esta es la oportunidad para olvidar tus errores -le dijo Gonzalo, alentándolo.

Álvaro le miró fijamente y después desplazó la vista hacia el mar.

-Gracias por todo… -le contestó lentamente.

Acto seguido, saltó el petril que separaba la calle de la playa, corrió por la arena y se quitó la camiseta. Mientras llegaba al mar se le pasaron por la cabeza numerosos pensamientos. Se lanzó de cabeza al mar y luchó contra las olas. El niño lo vio venir, pero sus fuerzas se habían agotado y el dolor en una de sus piernas le resultaba insoportable. Dejó de bracear y comenzó a hundirse. Pero algo tiró de él hacia la superficie y, aliviado, comprobó que podía respirar de nuevo.

Álvaro le agarró de la barbilla para conducirlo hasta la orilla. Parecía que las olas cobraran fuerza a cada brazada. Un último esfuerzo los dejó en la arena.

Tumbó al niño boca arriba y comprobó que su respiración se recuperaba. Entonces se levantó e hizo una seña a los jóvenes de las rocas para que bajaran enseguida. En vez de abroncarles, el tono de voz de Álvaro fue suave y amable cuando les dijo:

-¿Os dais cuenta de que saltar desde ahí puede ser peligroso? Tenéis como ejemplo a vuestro amigo. ¡No se os ocurra volver a hacerlo!

Apareció Gonzalo entre los bañistas.

-Te veo en forma –le dijo entre risas.

Apareció una ambulancia que se llevó al niño para que un médico le revisara la pierna en el hospital.

La gente seguía acercándose a Álvaro para darle la enhorabuena. Distraído, no vio al jefe de los socorristas, que le tocó la espalda.

-Álvaro, me alegra que sigas con ganas de salvar vidas... Vas a seguir en tu puesto. Tienes mi aprobación y mi respeto. Sé que no me vas a defraudar.