XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La herencia

Beatriz Silva, 12 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

Bajo el sol abrasador, el jinete de la armadura de plata puso su caballo al galope. Juntos surcaron una zona en la que abundaban los lagartos. Mientras cabalgaba, el jinete lograba olvidar las preocupaciones que le corroían el corazón.

Bajo la sombra de los árboles galopaba el jinete de la armadura de bronce. Al contrario que su hermano, prefería las zonas umbrías. Pensaba hacer una parada cerca del manantial, pero recordó que tenía una cita mucho más importante. Espoleó su caballo.

Como el caballero de la armadura de plata fue el primero en llegar, pudo descansar y, un poco más tarde, entrenarse con la espada. Se encontraba bajo la sombra de un olmo cuando distinguió la silueta de su hermano. Se hallaban en un círculo rodeado por cantos rodados, perfecto para un combate.

A causa del testamento de su padre, los dos hermanos se habían retado a un duelo. Ambos eran aguerridos, valientes, discretos y prudentes. Mientras el caballero de la armadura de plata era alto, delgado y ágil, el de la armadura de bronce era más bien bajo, musculoso y fuerte.

Desenvainaron las espadas. Las nubes que ocultaban el sol presagiaban que algo malo estaba a punto de suceder.

Los dos hermanos dejaron atrás todos los sentimientos de compasión, para dejar paso al odio. El único objetivo de ambos era matar al otro para quedarse con la herencia.

-Sabes que soy el heredero –dijo el jinete de la armadura de plata-, abandona esta lucha y reconoce que te equivocaste al retarme.

-¿Estás loco?... Tú no sabes gobernar con mano firme. De pequeño me pedías consejo hasta para ocupar un puesto en los banquetes.

-Eso son cosas pasadas. Te aseguro que he cambiado mucho y te lo demostraré venciéndote en este combate. ¿O prefieres retirarte?

-¡Nunca! –afirmó el jinete de la armadura de bronce.

Con un brillo de rabia en los ojos se abalanzó contra su hermano, que paró el golpe sin dificultades. A su vez, éste le lanzó un mandoble a la cintura, que le provocó un corte. El jinete de bronce repasó la herida por si era grave y observó que salía humo.

-¡Has envenenado la hoja de la espada! No eres digno de llamarte caballero.

Pero lo cierto era que él también llevaba, ocultas bajo sus ropajes, una ballesta y una daga.

Se volvieron a enzarzar en la pelea cuando, de repente, se oyó a lo lejos el sonido de un cuerno. Era un mensajero. Dejaron de pelear para escuchar la noticia que traía.

-Vengo a anunciarles que la herencia del duque de Castelmar y, por tanto, su castillo, título y riquezas, ha pasado a ser posesión del caballero de la armadura de oro.

Atónitos, los dos hermanos se miraron.

-¡Maldición! –gritó el jinete de la armadura de plata-. Estábamos tan absortos en el duelo que no nos dimos cuenta de que la verdadera amenaza era nuestro hermano pequeño. Siempre ha sido el preferido de nuestro padre; no me extraña que ahora que nos tenía fuera de alcance, haya aprovechado para lograr toda su herencia.

-Dejemos, entonces, atrás este duelo, que ya no importa y aliémonos para vencer a sus tropas recién adquiridas.

El jinete de la armadura de plata asintió con la cabeza. Juntos, empezaron a trazar la táctica con la que derrotar al jinete de la armadura de oro.