XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

La historia de mi padre 

Pablo Cota, 15 años  

                 Colegio El Prado (Madrid)  

(Este relato es completamente ficticio. Nada de lo que cuenta tiene que ver con la realidad).

Cuando yo tenía seis años, mi padre fue condenado a diez años de cárcel por asesinar a un hombre. Suelo ir a visitarle los domingos; me gusta oír sus vivencias y conocer a otros presos. Siento escalofríos ante las terribles historias que se esconden tras las rejas.

No puedo ocultar que me suelen impresionar las andanzas que cuenta mi padre, pero una en especial me ha dejado marcado de por vida. Me la relató un domingo en el que me lo encontré con las mejillas empapadas en lágrimas. Me dijo que había llegado el momento de revelarme que tiempo atrás, mientras comía en un restaurante, un camarero le pidió que le acompañara a un rincón apartado en el que le hizo entrega de un papel. Se trataba de una nota manuscrita en la que, con letra apresurada, alguien le pedía que le ayudara a asesinar a una persona a la que se le atribuía un acto criminal que iba a producirse en poco tiempo. Si aquel sujeto moría, el asesino recibiría una importante recompensa. Mi padre aceptó, ya que en ese momento acababa de quebrar su negocio.

Dos años después del asesinato, le detuvieron. Una llamada anónima le delató y fue juzgado y condenado.

La víctima era el hermano del camarero. Este fue el único en recibir una gran suma de dinero gracias al cobro de un seguro de vida. Por eso engañó a mi padre, al que había visto alguna vez en el restaurante. Sabía que estaba pasando un mal momento económico. Esa fue la razón por la que le entregó la carta.

Mi madre no supo nada hasta que detuvieron a mi padre. Entonces le abandonó, y también a nosotros. Nunca más hemos sabido de ella. La eché de menos al principio, pero ahora, con el transcurso del tiempo, casi la he olvidado. Puedo entender que abandonase a mi padre, ya que cometió un asesinato, pero… ¿por qué a mi hermano y a mí? ¿Qué mal le habíamos hecho?

Sin madre, con mi padre en la cárcel y sin más familia que cuidase de nosotros, Juan y yo fuimos a parar a un hogar de acogida para menores. Llevamos cinco años aquí.

En un principio, el tutor del hogar, Manuel, nos prohibió ir a la cárcel, ya que decía que nuestro padre era un mal ejemplo para nosotros. Nos costó mucho convencerle de que nos lo permitiera. Un domingo, Manuel y mi padre se conocieron. Tras una larga conversación, se dio cuenta de que no era una mala persona. Al contrario, percibió que era un buen hombre al que impulsó al crimen un momento de ansiedad por sacar adelante a su familia. Un momento que arruinó su vida y la de todos nosotros. Pero estaba arrepentido: una enorme losa pesaba sobre su conciencia.

Entre ellos se forjó una gran amistad. Desde entonces vamos todos los domingos a verle. Estoy convencido de que saldrá pronto y, de nuevo, cuidará de nosotros.

Esta es la historia de mi padre.