XVI Edición
Curso 2019 - 2020
La hora
Fernando Hidalgo, 14 años
Colegio Mulhacén (Granada)
Todo llega a su fin. Por muy duro y triste que parezca, es cierto: nada ni nadie perdura para siempre. Por eso debemos considerar que cada uno de nuestros actos se verá reflejado al final del final. ¿Cuándo llegará ese momento? ¿Hoy? ¿Dentro de décadas? Nadie lo sabe.
Me gusta la frase de Benjamin Franklin: <<El hombre débil teme a la muerte, el desgraciado la llama; el valentón la provoca y el hombre sensato la espera>>.
A los débiles cualquier simple gesto o acción los pone en un estado de alarma que los acobarda. Enseguida se esconden, creyendo que así se harán más fuertes y ahuyentarán al miedo. Pero se equivocan: el miedo se hará más grande y su hora será temprana.
Los desgraciados son personas a las que no se les puede responsabilizar de haber hecho nada malo. Aun así, se creen despreciados y se lamentan de todo lo que les ocurre. Son envidiosos, pues creen que la vida no es justa porque no tienen más dinero ni más fama que otras personas, lo que no es sano. A estos la hora les llegará pronto, y se ahogarán en mares de depresión e infelicidad. Morirán solos, sin aferrarse a quienes intentan a ayudarlos, por una simple cuestión de orgullo.
Los valientes piensan que son mejores que los demás. Se persuaden de disfrutar de la mejor de las vidas, de reunir todos los bienes materiales, de contar con los mejores amigos, de triunfar en todo aquello en lo que pueden destacar. Son incluso más orgullosos que los desgraciados, pues si alguien se atreve a llevarles la contraria suelen tomárselo muy mal. Su problema es que cuando creen que han llegado a lo más alto y poseen todo aquello que querían, les cae un jarro de agua fría por encima. Ese jarro es una lección impartida por la vida, que les advierte de que nunca serán felices por muchos bienes materiales que posean. Los valientes desafían a su propia muerte, como si pudieran evitar su destino.
La verdadera fórmula de la felicidad la tienen los sensatos, que afrontan sus miedos al dejarse ayudar. Gracias a esa humildad llegan a ser mejores personas. Siempre caminan a la sombra, pues no les gusta llamar la atención. Se ocupan de los más necesitados y viven con calma, pues no les importa el dinero sino volcarse en los otros. Esperan a la muerte, sin temerla como hace el débil; sin desafiarla, como el valentón; sin llamarla, como el desgraciado.
Los hombres sensatos contemplan la vida desde lo alto. Felices, afrontarán su hora con una sensación de plenitud.