XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
La inútil opinión
Diego Zatarain, 17 años
Colegio Campogrande (Hermosillo, México)
¿Cuántas veces nos vemos involucrados en conversaciones con personas que se nombran, sin razón, creadores de la palabra y dueñas de toda la sabiduría? Cuando nos topamos con este tipo de gente, las interacciones se vuelven tediosas, propensas a la cantinfleada y al aburrimiento. Y cuando concluyen, sentimos que hemos vivido tres vidas, nos hemos reencarnado quince veces y nos ha crecido una barba digna de un pope ortodoxo.
Me refiero a los momentos en los que por obra ajena o –peor aún– por nuestra autoría, nos convencemos de tener conocimiento de todo tema discutido. Entonces aportamos opiniones que, según nosotros, tocan fondo y resuelven toda polémica. Poco importa que hablemos de política, cocina, religión o sobre el color de la pared, que siempre llega alguien y vomita su inútil opinión, adornándola con frasecitas como <<De hecho, es así>> o <<Así no es>>, como antesala de su imposición doctrinal que ni siquiera ellos conocen bien, porque al preguntarles <<¿De dónde sacas tanta sabiduría rey de la palabra, estrofa y conocimiento humano de la antigüedad y la contemporaneidad>>, responden: <<Me lo dijo este>>, <<Lo vi en tal lugar>>, <<Es así y no hay más que hablar>>.
No hay nada más inservible para el diálogo y el debate que alguien decidido a jugar el papel del engreído sabelotodo, que cerrarse las puertas del conocimiento y el error. Las personas más sabias siempre defienden sus argumentos, pero están dispuestas a reconocer sus errores y aprender de ellos ante quien sabe más y conoce mejor. Incluso los sabios que presumen de su sabiduría tienen argumentos para hacerlo: si yo fuera víctima de un Aristóteles narcisista, me tendría que tragar mi orgullo y escuchar atentamente lo que me tiene que decir, aunque lo exprese en el peor tono posible.
Prefiero no tener cerebro a escuchar a los inquisidores de la verdad, pues así, al menos, me ahorro la sensación de vergüenza ajena ante quién todo lo cree conocer. La experiencia me dice que si no sé qué aportar a una conversación, siempre es mejor un buen oyente a un mal expositor.