VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

La isla de Marco

Lola Botija, 17 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Un brusco sonido lo sacó de su ensoñación. Miró hacia atrás y se topó con la mirada de señor Coco que, desafiante, le robaba uno de los plátanos que tenía amontonados.

-Señor Coco, ¡devuélvamelo! ¿Cuándo aprenderá?-gritó Marco mientras trataba de alcanzar al escurridizo mono.

Sentado en una rama vacilante, el macaco empezó a comer su captura. Marco le miró resignado y volvió a la orilla no sin antes esconder los plátanos que le quedaban.

Recorrió con la mirada la isla en busca de algo que hacer, pero nada precisaba su ayuda ni su compañía, así que esa mañana, como las últimas de los once meses anteriores, fue en busca de materiales para su cabaña.

La pequeña casita que se había construido estaba completamente amueblada; no le faltaba ningún detalle. Había conseguido fabricar todo tipo de chismes y muebles. Tenía hasta unas toscas cortinas y unos bastos objetos decorativos. Guardaba, además, regalos del mar: restos de barcos, cuerdas, trozos de madera y demás trastos inútiles con los que seguía ligado a su vida anterior. Pero éste recuerdo se hacia cada vez mas borroso y apagado.

Aquel día encontró unas lianas, perfectas para su nueva red de pesca. También halló algunos clavos oxidados y trozos inservibles de metal. Por la tarde terminó de confeccionar la red y recogió un poco de agua de la cascada, con la que pensaba cocer una rudimentaria sopa de pescado.

Cuando la noche se le echó encima, se sentó cerca de la orilla con una hoguera al lado. Miraba al horizonte mientras le iba meciendo el compás de las olas.

-Mamá, ¿qué le pasa a ese hombre? -preguntó el pequeño Jaime.

-Está en coma, cariño.

-¿Qué está dormido?-dedujo el crío.

-Más o menos, cielo, más o menos.

El fuego de la hoguera se consumía tan rápido como la esperanza de Marco. La esperanza de que la vida viniera pronto a rescatarlo.