XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

La lección que nos
dan los niños  

Sofía Regojo, 18 años 

Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría) 

He pasado más de sesenta días en casa, confinada a cuenta del coronavirus. En este tiempo ha salido lo mejor de mí y también me haya dejado llevar por el miedo. Por eso he necesitado hacer acopio de los mejores recuerdos para escapar de la realidad. En todo caso, este encierro ha sido universal: todo un mundo recluido en casa.

El 28 de marzo los niños pudieron salir de nuevo a la calle. Sus ojos se llenaron de curiosidad, como si se asomaran a un mundo nuevo. Las mascarillas les quedaban demasiado grandes y sus manos agarraban con fervor las de sus padres. Me pregunto cuál habrá sido la respuesta a todos sus porqués, como entendieron sus pequeñas cabecitas la existencia de un bichito así de pequeño, como lo llaman mientras forman un espacio diminuto entre sus dedos pulgar e índice, un monstruo que solo visualizan con la imaginación y que no les ha permitido jugar con sus amigos, ir al parque ni al colegio.

Cuando supe de la desescalada, observé las instrucciones del gobierno con cierta prevención, la misma con la que analicé la noticia de un ‘extraño virus’ que había brotado en China, con el que incluso bromeamos y que desde enero impregnó todas las conversaciones, hasta que llegó a España y acabó con la vida de miles de personas. 

Parecía que con el documento de la desescalada se nos hacía un regalo inmerecido. En todo caso, el mejor momento de cada jornada ha sido de seis a diez de la mañana y de ocho de la tarde a once de la noche. Hacía tiempo que no veía amanecer al aire libre, ni sospechaba que en mi barrio tuviese tantos vecinos. 

No sabemos qué pasará mañana. Quizás no esté mal ser como los niños, que lo dejan todo al asombro y disfrutan de cada instante. Quizás deberíamos reflexionar para darnos cuenta de que nuestra vida está en manos de Dios.