XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
La lejana felicidad
Javier Monmeneu, 16 años
Colegio El Vedat (Valencia)
Tras salir del trabajo, Carlos llamó a un taxi para volver a casa. Era un importante empleado de una firma conocida. Como solía decir, su puesto era envidiado por todos aquellos que trabajaban en el mismo sector.
Al llegar, inmediatamente se encerró en su despacho, pues necesitaba acabar cierto trabajo pendiente. Solía justificar el gran esfuerzo que hacía:
<<Seguro que cuando por fin logre el ascenso, seré más feliz y disfrutaré de todo lo que he ganado>>.
De súbito entró Juan, su hijo, un adolescente que desde hacía horas le esperaba para saludarlo.
–Ahora no, Juan. ¿No ves que estoy ocupado?
Al ser una excusa que utilizaba a menudo, Juan se dio media vuelta un tanto decepcionado. Apenas conseguía entablar una conversación con él.
A las doce y media de la noche, Carlos se levantó de la silla y fue a cenar, sin reparar en la hora. Su mujer y sus dos hijos ya estaban dormidos. Entonces, un sentimiento de culpa brotó de su interior. Sintió el peso de la conciencia, hasta que recordó que para llegar a las metas que se había marcado, debía cumplir con sus obligaciones, con esfuerzo y sacrificio.
Al día siguiente de director de la empresa lo llamó para tratar varios asuntos.
<<¿Qué querrá?>>, se preguntó.
De camino al despacho, un sin fin de posibilidades le rondaron la cabeza:
<<Tal vez me suba el sueldo. O me proponga un ascenso…>>.
El jefe le esperaba en la puerta. Su mirada era impasible; era un hombre al que nada le perturbaba, a lo que Carlos estaba acostumbrado después de tantos años. Creía conocerlo mejor que a Juan, su hijo.
–Adelante –el director le cedió el paso–. Toma asiento.
Cuando comenzó a hablar, las aspiraciones de Carlos se fueron desvaneciendo.
–Hemos quebrado, Carlos –le comunicó con nerviosismo–. Una mala estrategia nos va a costar el despido de cientos de trabajadores, de entre los cuales, a pesar de tu fidelidad, estás tú.
La vuelta a casa fue, posiblemente, la más difícil de su vida. Carlos se sentía vacío. Pero no era el despido la causa de su malestar, sino él mismo. Era la primera vez que el trabajo no copaba sus pensamientos.
<<¿Quién soy yo?>>, se preguntó. <<¿Quién, ahora que me han despedido y ya no soy un trabajador envidiado?>>. Entonces pensó en su familia: <<¿Cómo he podido tratarla tan mal durante tantos años?>>.
A pesar de su tristeza, le pareció agradable sentir la mente despejada; el incesante ruido del estrés, que le había dominado a lo largo del tiempo, había cesado de pronto. Y no fue hasta ese momento que comprendió el significado de la felicidad, y no precisamente porque acabara de experimentarla, sino porque había entendido lo lejos que había estado de ella.