VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

La ley del bosque

Gema Sancho-Miñana, 14 años

                  Colegio Vilavella (Valencia)  

Los bosques cerrados albergan un mundo escondido. Allí se hace posible la existencia de una chica de pelo rubio como el sol, con la piel plagada de motas que cambiaban de color según su estado de ánimo.

Aquella muchacha había pasado los primeros años de su vida en estado larvario, dormida en el interior de un árbol. Además de alimento, los conductos que le unían al tronco eran responsables de toda la sabiduría que atesoraba respecto al uso de las plantas medicinales.

Un día, uno de esos conductos se rompió. Fue entonces cuando Lina decidió que había llegado el momento de valerse y protegerse por sí misma. Empezó a vivir lo que llamaríamos juventud. Y apenas abandonó su guarida, supo que no iba a resultarle nada fácil esta nueva etapa, ya que nada más salir al bosque, fue asaltada por un par de hombres de piel blanca. Haciendo uso de una sorprendente habilidad, consiguió despistarles durante un momento, pero los blancos no cedían ante la posibilidad de dejarla escapar. Lina, con las manchas de un color rojo-anaranjado, indicaba su miedo e iba internándose en corazón de la tupida arboleda, hasta que una figura le cogió del brazo. Esquivando zarzamoras, helechos y el tipo de plantas que se benefician de la humedad y las sombras, logró, por fin, zafarse de aquellos hombres.

Cuando ya se le había pasado el susto y la figura decidió acampar, para pasar la noche en un claro bien protegido, Lina le preguntó:

-¿Porqué esos hombres me quieren atrapar?

-Dice la profecía que una chica de pelo dorado como el sol y de piel cambiante conforme su alegría o tristeza, miedo o seguridad, obtendrá los poderes del bosque. Por eso los hombres trataban de dominarte, para arrancarte el poder absoluto y así poder controlar a todos los seres que habitan en este mundo arbóreo. No puedo permitir que esto ocurra.

-¿Y por qué me ayudas?

-Porque si llegan a atraparte, también gobernarían sobre mi pueblo.

-¿Cuál es tu pueblo?

La figura, con un gesto majestuoso, hizo ondear la capa que le cubría, dejando al descubierto un carcaj con flechas y un arco, además de su cara y su brazo izquierdo, lacerado por una mancha negra con forma de árbol atrapado por un triángulo. Era el símbolo de los Reales, el pueblo más antiguo del bosque.

Entonces las manchas del cuerpo de Lina tornaron a un color púrpura que reflejaba esplendor y orgullo, prueba de que aquella confidencia le había hecho sentirse importante.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó Lina.

No le reveló su nombre. No cesaba de repetir que su única misión era llevarle al corazón del bosque.

-Te necesitamos porque tu mente y tu corazón son puros. Eres la representación de la Ley del bosque, que consiste en respetar la naturaleza, un bien que repele a los hombres blancos, que sólo anhelan la riqueza de la madera muerta.

Lina y su salvador pasaron los días recorriendo el bosque. Sin pretenderlo, ella estaba enamorada.

Cuando ya llevaban cinco lunas de viaje, apenas les quedaba distancia para llegar a su destino. Fuen entonces cuando les asaltó un grupo de blancos más numeroso.

Un hombre fue a atrapar a Lina, cuando una flecha del arco del Real atravesó su pecho, haciéndole rodar por el suelo.

Dos de los blancos fueron a coger al arquero mientras otro iba de nuevo a por la joven.

El real mantenía una dura pelea contra dos hombres; Lina se dio cuenta de que tendría que librarse ella sola de su opresor. Puso en funcionamiento todos sus sentidos, y su cuerpo se tornó de un color indescriptible, resultado de la mezcla de todas las tonalidades, lo que cegó a su perseguidor. Mientras, el Real consiguió matar a uno de los blancos. El otro rufián seguía combatiendo con mucha energía, de tal forma que hirió al arquero en el costado. Lina, desplazándose por detrás del blanco, le atestó un golpe de gracia.

Se acercó al joven, dolorido junto al tronco de un árbol viejo. De su herida manaba un regato de sangre. La piel de Lina se cubrió de manchas negras. Podía interpretarse que ella sospechaba que la muerte rondaba a su amado, al que untó toda clase de pócimas curativas y recitó todas las palabras sanadoras.

El real falleció. Ante su cuerpo inerte, la muchacha rompió a llorar. Le rogaba al corazón del bosque que le devolviera a aquel hombre. Fue entonces cuando un fuerte viento les envolvió al tiempo que el arquero comenzó a recuperar su color. La arboleda se había entregado al corazón limpio de Lina.

Caminaron hasta el corazón del bosque. Alrededor de un circo de troncos había un árbol pequeño, ante el que Lina se inclinó sin soltar la mano de su amado. Entonces se abrieron todo tipo de flores que soltaban un delicado perfume. Lina se había mutado en una persona diferente: A lo largo de su dorada cabellera había crecido una flor con más de mil pétalos. Su piel se cubrió de un verde brillante.