XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

La luz de la luna 

Mònica Giménez Fernández, 14 años

Colegio La Vall (Barcelona)

(Para mi "avi" Ramón. Te quiero).

En la negrura de la noche siempre hay luces que nos iluminan. Las estrellas, pequeñas antorchas flotantes que caen del cielo cuando les llega la hora, y la luna, faro en la oscuridad, que de vez en cuando se ensombrece. Van turnando su brillo: ahora una, ahora las otras, pero nunca nos dejan solos, siempre acompañan nuestra penumbra.

Hubo un tiempo en que no sucedía de esta manera: el faro de la luna siempre iluminaba el firmamento, y las antorchas de las estrellas quedaban escondidas tras su claridad. Los humanos se admiraban de ella y alzaban los ojos al cielo, para que su brillo plateado les iluminara el rostro. La luna se regodeaba en su importancia al ver que la gente la adoraba como a una diosa porque les proporcionaba luz en las tinieblas. Sin embargo, las estrellas se preguntaban por su utilidad al no dejarlas resplandecer, hasta que empezaron a caer desde las alturas en forma de estelas centelleantes, que al llegar a la Tierra causaban destrozos y sembraban el miedo. Como lágrimas fulgurantes, llovían desde la bóveda celeste.

Los hombres miraron con odio a su antes adorada deidad. Ella, a quién tantos sacrificios habían ofrecido, permitía que se desplomaran sobre ellos aquellos proyectiles mortales. La luna, al ver que el afecto se había tornado en repulsión, buscó a las estrellas para exigirles que dejaran de golpear la Tierra, que ella consideraba su exclusivo territorio. 

Las buscó pero no las supo encontrar, pues la luz que emanaba de ella era tan intensa que no podía verlas. Desesperada, gritó dónde se encontraban. Una vocecita le advirtió que primero debía mitigar su luz. A regañadientes, la antigua diosa disminuyó su fulgor, hasta que este desapareció por completo. Entonces contempló, asombrada, un hermoso espectáculo: miles de puntos de luz pintaban complejos arabescos en el cielo nocturno. Con el aliento robado a causa de ese espectáculo, maldijo su egoísmo y pactó con las estrellas el ciclo de sus posiciones lunares.