XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
La magia del amor
Raquel Andreu, 17 años
Iale International School (Valencia)
Juan miró a Natalia con odio.
<<He perdido una batalla, pero no la guerra>>, pensó al ponerse en pie y recuperar la compostura, antes de salir del aseo de la oficina en la que ambos trabajaban.
Al sentarse de nuevo en su cubículo para centrarse en sus cuadros de Excel, volteó la vista hacia el desastre que habían dejado tras de sí: el lavabo estaba destrozado y el agua se vertía como una fuente, empapando el suelo. Además, habían saltado algunos azulejos a causa de los impactos. Había una gran marca oscura en el pavimento, creada por las llamas, y la puerta del aseo estaba hecha añicos.
Al saber que pronto todo aquello volvería a la normalidad, Juan suspiró antes de comenzar a escribir en su teclado como si nada. En ese momento lo único que quería era darse una ducha en su casa, pues la jornada estaba resultando particularmente intensa para él.
Si su madre pudiera verlo, seguramente se sentiría decepcionada de los hechizos tan vergonzosos que le había lanzado a Natalia. Desde que nació, ella había dedicado su vida a enseñarle el complicado arte de la magia. Por supuesto, a escondidas de su padre, que no tenía aquel don y, por tanto, no podía ver la magia ni sus consecuencias. Por eso guardó con emoción el recuerdo de los primeros pasos de Juan.
Que el resto de los compañeros de la oficina compartieran la misma naturaleza que su padre, hizo que Juan –del departamento de contabilidad– y Natalia –del de recursos humanos– librasen una batalla secreta desde hacía años sin que ningún empleado se diera cuenta.
Todo empezó cuando Juan transformó, por accidente, los nuevos zapatos de tacón de Natalia en unas botas horrendas. Ella decidió tomarse la justicia por su mano y hechizó el café de su compañero, para que le supiera a agua estancada. Una cosa llevó a la otra y, desde entonces, todas las mañanas en la oficina había explosiones, monstruos, grietas, daños, gritos y otras cosas absurdas y peligrosas que harían que cualquier persona considerara seriamente el estado de su vista.
Aquel día había perdido Juan, aunque ya no le afectaba tanto como las primeras veces. El juego de poder entre ambos se había convertido en una parte más de la rutina. Aunque su jefe le había ofreció un ascenso, prefirió quedarse en la misma planta para seguir dedicándole a su mayor enemiga aquella mirada de odio que practicaba todas las mañanas ante el espejo de los aseos.
Ninguno de los dos entendía la razón por la que sus compañeros cuchicheaban y se reían en corrillo en multitud de ocasiones, como cuando, un día de San Valentín, él le regaló a ella una rosa encantada que olía a repollo o cuando, antes de la cena de Navidad de la empresa, ella le ayudó a anudarse una corbata creada para asfixiar a su portador.
Así fue como una batalla mágica extendida en el tiempo, fue entendida por los oficinistas de una compañía como una graciosa historia de amor.