VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

La magia existe

Núria Molina Barrera, 16 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

Sonaron las diez de la noche en el reloj de la octava planta. Fue entonces cuando se abrieron las puertas automáticas del ascensor y aparecieron aquellos tres personajes seguidos de unos cuantos tunos. ¡Qué contraste el color encendido de sus vestimentas con la luz apagada! ¡Y las canciones de la alegre tuna con el silencio que suele reinar en aquel piso del hospital! Era aquella octava planta la de los niños que reciben tratamiento oncológico. Pero la música y la felicidad continuó por cardiología, trauma, neonatología, por la UCI y psiquiatría…

Los Reyes Magos fueron de habitación a habitación, entregando juguetes elegidos a conciencia para cada niño. La designación de los mismos fue una de las tareas más bonitas que realizamos los días anteriores. Después de casi una semana de trabajo e inmensa espera, había llegado la gran ocasión. Todos tenían su regalo: desde el mayor a los más pequeñitos, aquellos que aún no habían salido del cobijo de las incubadoras.

Me sorprendió leer lo que cada uno había pedido en su carta a los Magos de Oriente. El ránking lo encabezaba el deseo de salir del hospital. Pero también pidieron detalles para las enfermeras y los celadores, para sus amigos pacientes, juegos para la sala de esparcimiento, hasta médulas en buen estado...

Los Reyes y sus pages cantarines hicieron desaparecer el dolor en un instante que comenzó cuando hicieron notar su presencia mediante los coches con sirenas y luces.

Quisiera agradecer a los niños que convirtieron aquélla en una noche mágica para los voluntarios. Nos enseñaron a demostrar que los malos momentos también tienen sus ratos de esperanza. Ojalá fuésemos más los que pasamos parte de nuestro tiempo libre en un hospital. Es una experiencia maravillosa, con momentos de mucha diversión y otros en los que, incluso, tienes que hacer compañía a quienes lloran sin cesar mientras ansían una cura para sus hermanos.

El voluntariado se acaba convirtiendo en un sano vicio, algo que no puedes ni quieres dejar de hacer porque nos reconforta y reconforta a los demás.