XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La mentira

Javier Prats Nebot, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

<<Creo que la mentira hace mucho daño a la persona que la utiliza. Por eso, me he lanzado a fabular qué podría haberme sucedido si formara parte de mi vida. Gracias a Dios, mi familia me ha enseñado a luchar por la verdad. Deseo que os guste.

J.P.>>

Como es habitual entre los adolescentes, no somos pocos los que exageramos nuestros “logros”: una disputa con un profesor, un lance amoroso con una chica o alguna aventura sucedida durante un viaje.

El problema viene cuando la exageración se transforma en mentira y llegamos a mentir a profesores, amigos e, incluso, a nuestros padres. A mí nunca me ha ido bien con la mentira; contaré una pequeña anécdota:

Tuve un profesor que todos los lunes pedía a un alumno que le entregara la tarea del viernes anterior. Por pereza y por querer hacer otras cosas el fin de semana, yo casi nunca las hice. Además, por suerte, nunca me había escogido, así que continuaba con mi sistema, hasta que un lunes se escuchó por todo el aula mi nombre, alto y claro. Aterrado, se me ocurrió la idea de enseñarle otro cuaderno con la esperanza de que no se diera cuenta. Si lo percibía, siempre me quedaba la salida de decirle que se trataba de una broma.

Hubo un momento de tensión, pero finalmente no solo no me regañó sino que al contemplarlo desde cierta distancia, alabó la presentación de mi cuaderno y me lo pidió para leerlo más tarde con detenimiento y ponerme una buena nota.

Me sobresalté y, avergonzado, tuve que admitirle que el cuaderno era de otra asignatura y que no había hecho las actividades, viéndome obligado a humillarme delante de mis compañeros y perdiendo la confianza del profesor. Me llevé una falta en la lista de trabajos, el castigo por no hacer las actividades y la justa fama de mentiroso.

Este suceso y varios más me han enseñado que es mejor afrontar la realidad antes que intentar modificarla con una mentira, pues siempre acabo malparado.

Una vez conté a mis compañeros que salía con una chica de mi lugar de veraneo. Como ellos no conocían Galicia, seguí con mi mentira, muy confiado, relatando sucesos vividos junto a ella. Pero llegó un alumno nuevo que venía del mismo pueblo gallego. Cuando escuchó mi relato, no pudo reprimir una sonora carcajada, pues él también conocía a mi “novia” y sabía que aquella fantasía era una falsedad. No pude sino agachar la cabeza y admitir la mentira. Me pasó como a Pedro y el lobo, y no me volvieron a creer aun cuando lo que les dijera fuera cierto.