XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La misión 

Manuel Olmeda,13 años

Colegio Mulhacén (Granada)

La mañana del 12 de octubre de 1943 amaneció envuelta en frío y silencio. Los pájaros permanecían escondidos en sus nidos y las alimañas en sus madrigueras. Se acercaba el invierno y las temperaturas habían bajado de manera drástica a lo largo de las dos semanas anteriores. Los campos estaban cubiertos de nieve y a los pies de los árboles del bosque se veían un sinfín de ramas caídas a causa del temporal.

Un estruendo rompió la quietud y provocó un eco que se extendió por toda la arboleda. Poco después hubo otro, que retumbó con más fuerza todavía. Unos minutos más adelante dos hombres uniformados de verde oscuro, con botas de cuero y una carabina en la mano aparecieron por detrás de unos abedules. Parecían satisfechos, pues acababan de abatir un par de conejos.

Estaban llegando a su puesto de vigilancia cuando vieron a un soldado que se les acercaba por entre los matorrales. Al comprobar que era de los suyos, le invitaron a tomar asiento y comer un poco del conejo. Pero este no aceptó la deferencia.

–Debéis partir de inmediato hacia el frente –les entregó un sobre–. Es una carta urgente para el oficial al mando de la tropa. De vosotros depende que no caiga en la trampa que les tiene preparada la primera línea del ejército alemán. Si así fuera, matarán a todos nuestros compañeros.

Aunque en un primer momento se resistieron a abandonar aquellas deliciosas piezas que aún humeaban, asumieron la orden. Prepararon su escaso equipaje en el puesto de vigilancia y dieron comienzo a la marcha. 

Atravesaron montañas y campos que estaban ocultos bajo la nieve, lo que les ralentizaba el paso. Más adelante, uno de ellos murió al pisar una mina. El otro, apenado y temeroso, prosiguió la misión sin mirar atrás.

Aunque pasaron un par de días, aquel soldado no había avanzado mucho. Además, se le acabaron las provisiones y empezó a pasar hambre. Dormía al raso, pues no encontraba lugar donde resguardarse del frío, que durante aquellos días azotó aquella región. 

Pasó una semana alimentándose de raíces y durmiendo bajo la bóveda del cielo. Como el termómetro bajó aún más, la nieve se convirtió en hielo, lo que hacía más pesarosa su marcha. Pero prosiguió adelante, en busca de su ejército. Era consciente de que muchos compatriotas podrían perder la vida si no entregaba aquella carta, Pensó en su mujer y en sus hijos, que le esperaban en casa desde hacía ya tres años. Eso le hizo proseguir su camino a pesar de tantos inconvenientes.