XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La Moreneta 

Blanca Alonso, 18 años

Colegio La Vall (Barcelona)

El muchacho se sentó cerca de la imagen, tratando de pasar desapercibido. Quería compartir el secreto que lo oprimía por dentro, mas no podían arriesgarse a que alguien lo descubriera. Posó la mirada en la imagen tan solo unos instantes, lo que le bastó para transportarse a las historias que le contó su abuelo. 

***

La imagen fue descubierta por unos pastores en el siglo IX. Era una talla de madera preciosa, oscurecida por la tierra y por el tiempo; de nombre le pusieron La Moreneta. Su hogar era un monte aserrado, donde erigieron una capilla para venerarla. 

–A los pies de la Moreneta se postró un caballero.

–¿Un caballero? –preguntó atónito. 

–Sí, un caballero. Mas no descendió de la montaña ataviado como tal, sino con una túnica y unas sandalias. Tras haber orado unos días a los pies de María, abandonó allí sus armas y se dedicó a acaudillar la Compañía de Jesús.

–¡Ah, te refieres a san Ignacio de Loyola! ¿Por qué lo hizo?

–Hay que morir a uno mismo para saber cuál es Su voluntad. En el caso de san Ignacio, tuvo que abandonar la caballería para abrazar la vida espiritual.

***

–¡Ignacio!

– Què fas, tio?

Los gritos de sus amigos lo devolvieron a la realidad. Un súbito temor lo invadió. Temió errar en su respuesta. 

–Eh… nada; he salido un rato a pasear y tomar el aire. 

–¿Está mejor tu familia?

–Sí, gracias.

–Me he enterado de lo de tu abuelo. Lo siento –añadió otro. 

Ignacio notó cómo se le comprimía la garganta y un inopinado escozor le atenazaba los ojos.

–Gracias –balbució de nuevo, rehuyendo su mirada. 

–Si te parece nosotros vamos tirando –anunció el primero–. ¡Nos vemos!

Una vez se hubieron marchado, el muchacho dejó escapar el aire que había contenido en los pulmones y dirigió la vista a la imagen, una vez más.

***

–Hola, abuelo, ¿cómo estás?

–Ven, siéntate –le pidió este con voz débil, dando unas palmaditas en el lado vacío de su cama. 

–Cuéntame otra historia de la Moreneta

El anciano le dirigió una mirada cargada de ternura y arrancó a narrar:

–Durante la Reconquista, el conde Borrel acudió la capilla para rogarle a la Señora que los protegiera de Abd al–Malik, quien pretendía invadir Montserrat. En el momento en que iba a resonar el entrechocar de los aceros de ambos ejércitos, unas espadas de fuego, de un rojo candente, descendieron del cielo. Los musulmanes quedaron perplejos antes de huir espantados. En el lugar de los hechos, se construyó la capilla de San Salvador de las Espadas. 

–Abuelo –susurró, tras unos instante de silencio–, entonces… ¿crees que si le rezamos las cosas cambiarán?

–Por supuesto, hijo.

***

El recuerdo de hacía pocos días se desvaneció y volvió a centrarse en la Moreneta. 

<<Señora, por favor, te ruego ayudes a tu tierra, de la que eres patrona. Líbranos de esta opresión y permítenos orar sin necesidad de escondernos>>. 

Con andar pesaroso se levantó y paseó por Plaza Cataluña, en donde hay una imagen de la Virgen algo escondida en un monumento. Después vagabundeó sin rumbo por calles de las que desconocía sus nombres, pues los habían cambiado tras la proclamación de la Segunda Republica. Con un suspiro se dio la vuelta y rogó una última vez a la Moreneta que librara de violencia las tierras de España.