XI Edición
Curso 2014 - 2015
La muñeca
Begoña de Frutos, 17 años
Colegio Senara (Madrid)
-¿Es esta tu novia?
-¿Verdad que es guapa? Fíjate bien; es absolutamente perfecta.
-¿Qué quieres decir?
-Que no tiene ni un solo defecto.
Y yo que creía que lo había visto todo… Mi primo estaba saliendo con una muñeca de porcelana.
No supe si echarme a reír o a llorar. Lo cierto es que me acordé de aquel artista griego de la leyenda, Pigmalión, que decía que no se casaría jamás porque las mujeres eran criaturas imperfectas. Hasta que un día decidió esculpir una estatua de arcilla que gozase de aquella buscada perfección que ninguna mujer tenía, a la que dio el nombre de Galatea. El resultado fue tan llamativo, que Pigmalión se enamoró perdidamente de su obra. Pero Galatea no podía corresponderle, ya que no era más que una fría estatua de arcilla, incapaz de pensar y sentir, lo que acabó llevando a Pigmalión al borde de la desesperación.
Por suerte, la diosa Afrodita se compadeció de la desgracia de aquel artista y decidió hacerle feliz, otorgándole a Galatea el don de la vida, de forma que ambos pudieran casarse. Sin embargo, para que Pigmalión consiguiera la felicidad era necesario el sacrificio de aquella perfección que tanto ansiaba, pues Galatea recibió, con su condición de persona, todas las imperfecciones propias del ser humano. Al tratarse de una mujer libre, Galatea podría tomar decisiones equivocadas. Y su hermosura llegaría a alterarse hasta desaparecer por completo a causa de la enfermedad y el envejecimiento.
Una semana después de mi conversación con Carlos, yo seguía preocupada a causa de su “muñequita”. ¿Dónde había metido mi primo su buen juicio?
Mi amiga Leire me propuso ir al cine. En la cola, mientras esperábamos para comprar las entradas, le conté lo que me había estado rondando la cabeza los últimos días. Se quedó perpleja.
-Pero si Carlos siempre ha tenido sentido común –me dijo.
En el interior del cine me ofrecí a comprarle unos nachos, pero Leire declinó la invitación mirándose, disimuladamente, la cintura. Estaba acomplejada por una supuesta gordura…
-Hay un chico que me gusta, pero sé que nunca se fijará en mí si no pierdo algún kilito.
-¿Qué dices? –me sorprendí-. ¿Quién es ese chico? No me habías hablado de él. ¿Le conozco?
Leire se ruborizó.
-Es Carlos.
-Pues aquí, Leire, tienes poca competencia y una aliada.
-¿Cómo vas a separarle de su muñequita?
-Ya pensaré en algo. A diferencia de ella, yo tengo cerebro –respondí. Acto seguido, pasamos a la sala muertas de la risa.
El sábado tuvimos comida familiar. Como Carlos es casi un hermano para mí, no tardé en percibir que algo le ocurría.
-Últimamente estoy triste -me confesó-. Pensé que mi relación con Fantine me ayudaría, pero…
-¡Fantine es una muñeca de porcelana! ¿Cómo va a apoyarte si no tiene vida? ¿Qué mujer, en su sano juicio, se exigiría semejante obsesión por la apariencia? A veces nuestras carencias pueden ayudarnos a establecer relaciones con los demás, ya que nos permiten aprender y comprendernos.
Carlos se echó a reír.
-¿Qué pasa?
-Qué me está dando lecciones la persona más perfeccionista del mundo –me dijo-. ¿Crees que no sé que el año pasado te pegaste un berrinche porque sacaste un ocho de media?¿O que te comes ensaladas para no saltarte tu dieta mediterránea?...
-Vale, yo no soy un modelo a seguir -reconocí-, pero eso no significa que no debas dejar de hacer el tonto y apreciar lo que tienes. Leire se ha puesto a régimen por ti –le confesé.
-¿Cómo? Pero si es guapísima.
-Pues no te quedes ahí parado y díselo.
Su primera cita fue un éxito. Y aunque Leire es insegura y está menos delgada que Fantine, me gusta mucho más que mi antigua futura prima.