XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

La noche en el inipi 

Teresa Franco, 17 años

Colegio Senara (Madrid)

–...era una antigua práctica de los indios procedentes de Dakota, en la que…–

El tiempo parecía ir mil veces más despacio de lo normal. Era una mala hora, justo después de comer, y la clase parecía dominada por un intenso sopor. Además, la exposición de Carlos era para intelectuales obsesivos. 

Justo antes de que sonara el timbre, dijo:

–Gracias a Jesús (el profesor), vamos a poder recrear esta práctica, este sábado 20 de marzo, que estaremos muy cerca del equinoccio. Si os ha gustado, apuntar vuestro nombre en este papel. Será una experiencia inolvidable.

Todos se levantaron, aliviados de que hubiese acabado aquella tortura. En la puerta del aula, Bea se topó con su amiga Matilde –a la que llama Matu–, que la esperaba para ir juntas a comer.

–Bea, ¿nos apuntamos?

–¿A esta tontería?... ¿Lo dices en serio, Matu? Es para raros.

–Que no; ya verás. El próximo finde ya habremos acabado los exámenes; salir al campo nos vendrá genial.

–Si te soy sincera, no me he enterado de nada.

–Mira, primero nos apuntamos –insistió– y después te lo explico en la comida.

Carlos se ilusionó cuando las vio escribir sus datos. Les informó que había dos chicos más. Después, las dos amigas bajaron a la cafetería de la facultad. Cuando se sentaron en una mesa, Matu le informó a Bea:

–Los indios de Dakota realizaban una ceremonia para purificarse, tanto en el equinoccio de primavera como en el de otoño.

Bea arqueó una ceja y Matu le respondió, levantando las manos para pedirle paciencia.

–Consiste en encender una fogata para calentar cuatro piedras grandes.

–No me digas que iremos al campo a hacer semejante tontería. 

–¡No es una tontería! –pareció molestarse–. Escucha y luego, si quieres, das tu opinión. 

–De acuerdo, perdona… –se disculpó con desgana–. Se calientan las piedras, ¿y…?

–Y levantaremos un inipi, que es una especie de tipi, como las cabañas de los indios que dibujamos cuando estábamos en primaria, pero más achatado y con un agujero para meter las piedras. Nos meteremos dentro y nos colocaremos a su alrededor, y les echaremos agua para causar vapor.

–¿Vapor? –se dijo–. Se nos va a rizar el pelo.

–Qué tonta eres –Matu se rio. Sabía que Bea ya estaba convencida.

El sábado por la tarde se reunieron en la puerta de la universidad. No tardaron en aparecer Carlos y Jesús. Después llegaron los otros estudiantes en una furgoneta destartalada, que hacía unos sonidos muy raros al frenar. Subieron y salieron hacia Soto del Real, donde Carlos tenía una finca.

–Allí nos encontraremos con los demás.

Llegaron a las siete de la tarde. Jesús les presentó a un matrimonio musulmán .

Se dividieron en grupos: unos cortaron ramas para alimentar la hoguera y el inipi, otros cavaron el agujero donde iría la tienda, y eligieron las piedras y comenzaron la fogata. El matrimonio preparó la cena, mientras Jesús supervisaba a todos. Pasaron lo que quedaba de tarde correteando de aquí para allá, cortando ramas y troncos secos, y cuando quisieron darse cuenta, apenas había luz. Comenzaron, junto a la hoguera, a montar el inipi, cuya estructura consistía en las ramas unidas por un extremo y clavadas en la tierra por el otro. Para reforzarla, había que ensartar otras ramas en posición horizontal, dejando el hueco de la entrada. 

Hambrientos y sedientos, entraron en la casa de Carlos para cenar. El matrimonio marroquí había preparado unas empanadas y un aperitivo. 

Mientras disfrutaban de los alimentos, Jesús les confesó:

–Al principio no pensé que el proyecto fuese a funcionar. Parecíais cortados y actuabais sin dirección. Pero parece que a última hora hemos logrado cierta confianza –. La sala se llenó de risotadas–. Llevo años repitiendo esta experiencia, y os aseguro que ninguna tribu es igual que otra. El sitio varía, como varían las preocupaciones y los objetivos que trae cada cual. En el fondo, nunca estamos en el mismo momento de la vida.

Asintieron. Ya habían acabado de cenar.

–Bien –dijo frotándose las manos–, llegó el momento.

En silencio se sentaron alrededor de la fogata, y percibieron el canto de unas ranas. 

–Los indios celebraban el equinoccio con música –habló Jesús. 

Entonces Carlos repartió instrumentos: palos de lluvia, tambores, maracas y flautas.

–¡Hágase la música! –anunció Jesús ceremonioso. 

Comenzaron a agitar los instrumentos mientras daban vueltas a la fogata. Se sentían cómicos ante aquella interpretación de las danzas rituales.

–Ha empezado a llover –anunció Matu.

A toda prisa cubrieron con telas y ramas la estructura del inipi. 

–¡Adentro! –ordenó Jesús. 

Se fueron sentando uno junto a otro, encogidos, en el cubículo. Las ásperas ramas en la espalda, la tierra húmeda bajo los pies descalzos, el canto de las ranas y la lluvia formaban una atmósfera especial. Carlos estaba fuera, en su papel de “hombre del fuego”, a cargo de las piedras y de la fogata. Al rato introdujo la primera roca. En el hoyo quedó una bola roja que desprendía calor. Jesús vertió agua y una nube de vapor envolvió a la tribu. Al principio, el humo les arañó la garganta, luego se acostumbraron.

Las horas de la noche se deslizaron, como las otras tres piedras, en el interior del inipi. La tribu habló entre susurros, a oscuras, de una y mil cosas: unas fueron importantes, otras fueron pequeñeces. La oscuridad les invitaba a desprenderse de las duras corazas con las que vivían. Bea pensó, conquistada por la experiencia, que de vez en cuando el ser humano necesita sincerarse y compartir su existencia.

Cuando abandonaron el inipi se quedaron un rato mirando la fogata crepitante. La luna había salido entre las nubes. Era de madrugada y todos concluyeron que se llevaban más de lo que habían compartido.