XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

La oscura dimensión 

Jorge de la Cal, 16 años

Colegio Peñalvento (Madrid)

Pedro llevaba meses trabajando en su último invento. Hasta entonces había sido un científico sin éxito. Pero la noche de su último gran fiasco, le fue revelado el más grande y magnífico reto de todos los tiempos: esa noche tuvo un sueño muy vívido, y Pedro se convenció de que más que un sueño había sido una llamada de auxilio. Se trataba de una hermosa joven que se encontraba atrapada en otro mundo. Ella le había susurrado cómo construir un portal que uniera el lugar en el que se encontraba y la Tierra. Desde entonces Pedro no pudo quitársela de la cabeza. Trabajaba día y noche por conseguirlo. Había renunciado a descansar. Ni siquiera se detenía para ver a sus amigos ni a su esposa. Apenas dormía y comía lo indispensable.

María, estaba muy preocupada por el extraño comportamiento de su marido, porque no entraba en razón. Una madrugada se despertó sobresaltada por el sonido del teléfono. Para su sorpresa, Pedro estaba al otro lado del aparato y le llamaba para anunciarle que acababa de terminar su invento.

–Vente –le pidió–. Quiero que me acompañes mientras lo pongo en funcionamiento. 

Al llegar al laboratorio, se quedó asombrada ante el dicho portal y la explicación que le ofreció su marido. Aquello le dio mala espina.

–Prefiero no saber nada de otros mundos –le dijo–. En las películas de ciencia-ficción, este tipo de cosas siempre acababan mal. 

Pedro no quiso escucharla. Cuando María intentó asirle del brazo para llevárselo a casa,  la apartó de un empujón. Su mujer se quedó tendida en el suelo entre un mar de lágrimas y, sin atenderla, se dispuso a poner en marcha el portal. Apretó varios botones y una masa gelatinosa y verde cubrió el vano del aparato. Por detrás de ella surgió la bella mujer de su sueño.

–¡Eres real! –exclamó Pedro anonadado, a la vez que terminaba de realizar unos ajustes para que la misteriosa damisela pudiese atravesar el portal y reunirse con ellos.

María, desde el suelo, no veía a una mujer sino a un ser que, sin ser humano, dejaba a las claras que se trataba de una hembra. Llevaba una capa roja, y su cara era blanca como la nieve, sin la tonalidad de la piel de los hombres. Además, poseía unos ojos negros que denotaban su profunda maldad.

–¡No, no lo hagas! –le gritó a su marido a la vez que se abalanzaba sobre él para apartarle de los controles de la máquina.

Pero, Pedro, al recibir el empujón de su esposa se precipitó hacia el portal, atravesó la masa viscosa y cayó sobre el extraño ser. María los vio desaparecer más allá de las oscuridades de aquella oscura dimensión.