XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
La pintora de flores
Claudia López de la Fuente, 15 años
Colegio Montesclaros (Madrid)
Una vocecilla se escuchó entre los escombros de la escuela. Era una niña de doce años, que se desgañitaba pidiendo ayuda para encontrar a sus padres. Corría por los pasillos destruidos, tapándose los oídos con las manos a causa del estruendo de las bombas. Cuando se derrumbó una parte del techo, la niña se tiró al suelo para hacerse un ovillo, con las rodillas pegadas al pecho. Poco después empezó a moverse con dificultad, sin dejar de gritar y llorar.
Daryna se despertó sobresaltada; había vuelto a tener la misma pesadilla. Se sentó en la litera e intentó calmar su agitada respiración. Consultó el reloj en la oscuridad. Todavía la quedaba una hora de sueño, aunque sabía que no conseguiría volverse a dormir.
Decidió que se pondría a dibujar, para intentar olvidar el desagradable sueño. Para ello, con ayuda de su linterna de filtro rojo, sacó una pequeña libreta que escondía debajo de su almohada, y con un bolígrafo trazó unas flores. Anhelaba ser artista.
El resto de las internas no tardaron en ponerse en pie tras el toque de diana. Hicieron las camas, se pusieron el uniforme y se dirigieron en formación a desayunar. Después salieron al patio y se colocaron en filas para las prácticas de tiro. A Daryna no le gustaba la idea de convertirse en soldado, pero en tiempos de guerra el futuro es tan incierto que uno no puede escoger su destino. Al haber fallecido sus padres, tenía que quedarse en aquella escuela militar.
Hicieron una pausa para comer en la cantina, dónde los niños aprovechaban para descansar los oídos, hartos de escuchar disparos. Aquel día Daryna no tenía hambre; se le revolvían las tripas al pensar en tantos muertos a causa de la barbarie.
Por la tarde practicaron servicios sociales: junto a unos jóvenes transportaron suministros en un camión para abastecer a los refugiados en un polideportivo municipal. Los futuros soldados repartieron mantas y comida a los supervivientes.
De repente, las sirenas avisaron de que se preveía un nuevo bombardeo. Los aviones enemigos surcaban el cielo. Aunque el ataque apenas duró unos segundos, la destrucción que causó fue terrible. Un destello de luz y un golpe bestial sacudió el polideportivo. Daryna no pudo ni siquiera gritar antes de quedarse inconsciente.
Volvió en sí. Se encontraba tirada en el suelo, desplazada por la explosión y semienterrada por los cascotes. Estaba inmóvil, aturdida y dolorida. Solo escuchaba un pitido que le perforaba los tímpanos. Hizo un esfuerzo por sentarse en el suelo. Entonces vio los cadáveres de las personas que hacía unos instantes había ayudado. También vio los cuerpos de sus compañeros y los de sus instructores, que yacían inertes. Y reparó en su propio cuerpo, con los miembros doblados en ángulos imposibles. Supo que sus manos, cubiertas de sangre, no podrían volver a pintar flores.
No tenía fuerzas para llorar. El sufrimiento la invadía como el polvo que se esparcía por el ambiente.
<<Esto es un sueño; me quiero despertar>>, se dijo. <<Tiene que ser otra pesadilla>>.
Pero los quejidos de los supervivientes le hicieron comprender la realidad.
Con una entrecortada respiración, interrumpida por gemidos de dolor, cerró los ojos y deseó que su dolor se mitigara. Después soñó que pintaba un atardecer.