VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

La prueba

Helena Sánchez Carrizosa, 16 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

Aquel día funesto amaneció soleado, como una cruel ironía.

Alba se vistió y desayunó lentamente, pero sin saborear lo que pasaba a través de su paladar. Por más que trataba de pensar en otra cosa, todo le recordaba a la examen oral de inglés.

Mientras el autobús la llevaba al colegio (profesores monstruosos y verjas de cárcel), leía y releía la hoja donde había escrito su exposición sobre las tribus indígenas de Norte América. Sus manos estaban sudorosas a pesar del calorcito de primavera y empezó a temblarle una pierna. «No me lo sé. No me lo sé. No me lo sé...», se repetía.

Se figuró la escena: un montón de alumnos mirándola, dispuestos a reírse de su pronunciación, y un profesor cuyos colmillos afilados dispuesto a chuparle la sangre.

Alba llegó al colegio y repasó por undécima vez el horario de clases. No se equivocaba: inglés a primera hora. Se sintió desfallecer, porque era la primera de la lista y todos estarían frescos y atentos durante la primera exposición.

Se sentó en un banco y cerró los ojos. Aquello no podía estar pasándole. De pronto, notó una presencia junto a ella y se sobresaltó cuando vio que se trataba de un chico con el que nunca había hablado.

-¿Nerviosa? –inquirió. Ella asintió, intentando recordar su nombre–. Vaya, menudo tema más interesante has elegido...

Volvió a asentir. No hacía falta que se lo recordaran.

-Bebe un poco –le ofreció una botella de agua.

-No, gracias.

Él sonrió.

-Ésta no es una botella de agua normal. Es del Tíbet. Mi tío la recogió, durante un viaje, en un manantial sagrado. Está prohibido, por supuesto, pero no podía evitar probar las maravillosas propiedades de ese agua. ¿Sabes cuáles son?

Alba negó con la cabeza, picada por la curiosidad. Por un momento, olvidó su inminente futuro.

-Tiene el poder de cumplir lo que se desea con fervor. Sólo tienes que pensar “me va a salir bien”, y te saldrá. No es broma –dijo al descubrir que la chica alzaba una ceja, escéptica.

Aquel chico se sentaba unas mesas más allá en la clase y no hablaba con nadie. Quizá por eso Alba era incapaz de recordar su nombre.

-¿Y por qué me das a mí el “agua mágica” de tu tío? –le preguntó, decidida a seguirle el juego.

Él suspiró.

-Bueno, da igual. No pierdes nada por probarla, pero ya se la daré a otra persona que la necesite más que tú. –Se levantó del banco y se alejó de Alba.

-¡Espera! –gritó.

Él se volvió y, tras unos segundos de indecisión, Alba bebió un trago del aparentemente ordinario líquido transparente.

Al principio no sintió nada. Es decir, sabía a agua y estaba fresca, sin más. Luego notó cómo se le relajaban los músculos, su estómago reanudaba el proceso digestivo y la película de sudor frío desaparecía de su piel. Entonces cerró los ojos y repitió mentalmente un millón de veces: «Me va a salir bien. Me va a salir bien. Me va a salir bien...»

Una hora más tarde, mientras Alba recibía un nueve en su exposición en inglés, el chico rellenó la botella en la fuente, pensando a quién podía animar.