XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

La puerta del miedo 

Rafael Moreno, 14 años  

                Colegio El Prado (Madrid)  

Álvaro se levantó de la cama y, tembloroso, se dirigió a oscuras hacia la puerta. Posó la mano sobre el picaporte y, procurando no hacer ruido, la abrió lo suficiente como para echar una ojeada a través de la rendija. Le sorprendió el paso de una sombra que hizo que el corazón le diera un brinco. Entonces volvió corriendo a la cama y se tapó hasta la cabeza.

Tardó unos momentos en recuperarse. En cuanto se le apaciguó el corazón, reunió valor para levantarse de nuevo, aproximarse otra vez a la puerta y salir al pasillo.

A pesar de no poder ver nada más allá de la palma de su mano, se conocía bastante bien el lugar. Paso a paso, lentamente, recorrió la estancia. Las tablas de madera crujían tímidamente bajo sus pies.

Mientras se dirigía al cuarto de sus padres, iba pensando qué les iba a contar. Podría decirles algo como:

—Hay un monstruo fuera de mi habitación. He visto su sombra; os lo prometo.

Aunque también podía recurrir a la frase infalible, poniendo cara de asustado:

—Tengo miedo…

Es simple, pero todo el mundo sabe que en la boca de un niño es muy efectiva.

Pero Álvaro descubrió que la sombra que le había asustado era su gato, Bigotitos. Cuando se acercó a acariciarlo, oyó unos ruidos metálicos que venían del fondo del pasillo. Dirigió su mirada hacia allí: debajo de la puerta de la cocina titilaba vagamente una luz.

Álvaro se quedó parado. El cuarto de sus padres estaba tan solo a unos pasos, pero lo que fuera que hubiese detrás de aquella puerta le impedía moverse.

Estaba calculando las posibilidades que tenía de huir en el caso de que fuera un ladrón, cuando la puerta se abrió y el brillo de una luz le cegó unos instantes. Parpadeó y dejó que sus ojos se acostumbraran a la luminosidad. Entonces distinguió una figura alta que salía de la cocina.

—¿Qué haces aquí, Alvarito? Deberías estar en la cama.

—Lo siento, papá. Tenía sed y venía a por un vaso de agua.

Su padre le miró con ternura.

—¿Quieres dormir en nuestro cuarto?

Álvaro extendió los brazos hacia él, que se lo llevó en brazos.