VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

La selva del salón

Carla Carrerira, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

En lo más profundo de la selva hogareña, en el entorno más hostil de la casa, retoza en el sofá la criatura más perezosa del lugar, el estudiante de secundaria. Entre sus garras guarda una preciosa posesión: el mando a distancia. Sus ojos están cerrándose lentamente para dar paso al sueño. Todo parece en calma pero, de repente, una mano hábil y rápida surge de la nada para aprovechar el descuido del perezoso estudiante y apoderarse del mando.

Para cuando la criatura se da cuenta, ya es demasiado tarde para recuperarlo. El miembro más pequeño de la manada acaba de llegar al hogar. Viene cansado de la escuela y necesita algo de esa caja luminosa que reposa sobre el mueble del salón entre figurillas y libros. Mientras se acomoda en el extremo contrario del sofá en el que se encuentra el estudiante, pulsa botones en busca de un programa apetecible. Finalmente, en la pantalla aparecen unos pequeños personajes, uno de pelo verde y el otro pelirojo, que adoran construir aparatos.

El estudiante de secundaria, aburrido y avergonzado por la derrota, regresa a su cueva para escuchar música en su iPod.

El tiempo pasa, y la cría más pequeña de la manada se aburre de la caja luminosa; es entonces cuando la hembra dominante, la progenitora, se apodera del mando emitiendo sonidos que persuadan al pequeño facilmente, sonidos algo parecidos a: “A hacer los deberes, ahora mismo”, “Ya has visto suficiente televisión por hoy”, “Al final se te va a quedar la cabeza cuadrada” …

Cuando la cría desaparece del campo de visión de la hembra dominante, ésta toma posesión del objeto más preciado del salón y cambia de canal para distraerse mientras descansa después de un duro día. Los programas favoritos de la progenitora son muy variados: abarcan desde el cotilleo a las series románticas y policíacas.

Más tarde, cuando el manto de la noche empieza a cubrirlo todo, el último miembro de la manada llega al hogar. Es el macho alfa. Todos le reciben en la puerta, avasallándole con peticiones y preguntas. Él los atiende mientras deja los zapatos en la entrada y se repone del día tomándo un pequeño tentempié antes de la cena. Inevitablemente, el macho alfa acaba sentado en el sofa junto a la hembra, charlando sobre cómo han sido sus respectivos días. Las crías se reunen en torno a ellos mientras pelean por el mando a distancia pero, como siempre, el macho alfa se hace con él justo en el momento en el que comienza el Telediario. Ambos progenitores muestran un semblante serio al escuchar muchas de las noticias que se emiten.

Cuando la emisión termina, el macho alfa propone apagar la tele para que la selva recupere su equilibrio. Todos los miembros de la manada se oponen. Él emite gruñidos como: “Tanta caja tonta, tanta caja tonta...”, “La gente hablaba en familia antes de que la tele existiese, y ninguno ha muerto”, “Se os van a secar los sesos a este paso”...

El macho, ignorado por todos, se retira a la profundidad de sus aposentos para dormir. Poco a poco los demás miembros de la manda le imitan hasta que la selva se sumerge en el más profundo de los silencios. El salón, que durante el día es tan ruidoso, por la noche, cuando todos duermen, se convierte en una angosta habitación como otra cualquiera.