XVI Edición
Curso 2019 - 2020
La señora del
sombrero amarillo
Irene Beltrán, 15 años
Colegio Vilavella (Valencia)
-Buenos días, señora.
-Buenos días, señor.
Aquellas eran las palabras que Manu, el conductor del autobús número 95, repetía todas las mañanas en la esquina de la calle Colón. Era la primera parada de su recorrido y ella su primera clienta, la señora del sombrero amarillo, como él la llamaba.
Se trataba de una mujer mayor, la típica ancianita que lleva caramelos en su bolso para ofrecer a quien empieza a toser. Todos los días se calaba el sombrero que cubría su cabello grisáceo, casi blanco, razón por la cual Manu decidió apodarla de esta manera.
Su rutina era la misma: tras el saludo, la señora del sombrero amarillo se sentaba en la quinta fila, en el asiento de la derecha, al lado de la ventana. A veces compartía su viaje con otros pasajeros; otras, se quedaba sola mientras observaba el paisaje que conocía de memoria. Manu la observaba con una sonrisa por el retrovisor, pues le parecía curiosa su actitud: frente a la mayoría de los viajeros, apresurados e inquietos, ella era tranquila, no parecía tener prisa por nada, con lo que conseguía transmitir una sensación de calma y serenidad. A lo largo del trayecto apenas intercambiaba palabras con nadie.
Cuando el autobús número 95 llegaba al final del trayecto, la señora del sombrero amarillo se levantaba, con cuidado de no caerse, y se dirigía a la puerta trasera.
-Hasta mañana, señor. Muchas gracias –se despedía elevando la voz.
-Hasta mañana, señora. Gracias a usted. Que descanse –le respondía el chófer.
Ese era el segundo de los dos diálogos que Manu mantenía con ella cada mañana, ya que su turno acababa a la hora de comer. Al igual que aquella señora era la primera clienta, también era la última, por lo que Manu la llevaba en la cabeza mientras guardaba el autobús en la cochera. Le resultaba una persona singular; no le hubiese extrañado que ocultara algún secreto.
Un día, cuando llegó a la esquina de la calle Colón, el conductor del autobús número 95 abrió las puertas de su vehículo, como de costumbre.
-Buenos días, señora.
No hubo respuesta. Manu, extrañado, observó la parada. La mujer no estaba. Un poco sorprendido, bajó del vehículo y se aproximó a los asientos que había debajo de la marquesina. Su sorpresa fue aún mayor al encontrarse con que solo había un sombrero amarillo.