XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La sensibilidad

Marina Rodríguez Tornero, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

No sé desde cuándo existen las modas pero soy consciente de que tienen la fuerza necesaria para mover a la humanidad, y hoy lo que se lleva -por encima de los vestidos largos o las gafas de espejo- es el sentimentalismo exacerbado.

Es tiempo de mostrar las lágrimas. Y si no tienen una razón por la que llorar, lloren igual porque es tendencia. No hay más que encender la televisión para comprobarlo: los programas sensacionalistas y los mítines populistas son el pan de cada día, los que suben las audiencias y ponen a las masas en pie. Sin embargo, esto que tanto exalta el sentimentalismo hiere la sensibilidad. Porque sentimentalismo y sensibilidad no son lo mismo, aunque erróneamente se tomen por sinónimos.

La verdadera sensibilidad es más difícil de distinguir, ya que no se despierta ante exageraciones ni dramatismos. Es un don que nos hace capaces de llegar a un plano superior y apreciar la belleza callada. Una belleza estética, a la vez que etérea y sutil, y que se encuentra en miles de pequeñas cosas del día a día. En una mirada, en un beso, en una melodía, en una palabra o en un grupo de ellas. Detalles que muchos pasarían por alto, distraídos por sinsentidos ruidosos.

Sin embargo, la sensibilidad es un don adquirible. Nunca es demasiado tarde para salir a buscarla, pero hay que aprender a recibirla.

La sensibilidad lleva implícita la empatía, responsable de removernos y acercarnos a los demás. Mas esta oleada de sensaciones no se puede dominar, se trata de dejarse invadir y aprender a conocer y apreciar lo que nos genera, a cada uno de manera singular. Yo lo aprendí de Morgan Freeman en “Cadena perpetua”, y todavía resuena en mi cabeza la voz profunda y tan familiar de su doblador: <<Las cosas buenas no hace falta entenderlas>>.

Para los jóvenes, que vivimos expuestos a las modas, cada día es una experiencia nueva. Además, nos encontramos en el apogeo de los sentimientos y vivimos una segunda edad de los “por qué”. Debemos apreciar que estamos en el momento de acoger la sensibilidad con los brazos abiertos para convertirla en compañera de viaje. Ella hará grandes las insignificancias, y nos será fiel y honesta durante toda nuestra vida.

La mía se manifiesta con un escalofrío. Y cuando me embarga, me digo: <<Ahí está… Sensible, que no sentimental>>.