IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La silla

Cristina del Castillo, 15 años

                 Colegio Los Tilos (Madrid)  

En pleno siglo XXI, era de la tecnología, no se presta casi atención a los objetos más simples, como las sillas. Todos entendemos que la silla es un asiento con respaldo, por lo general de cuatro patas, y en el que sólo cabe una persona. Pero la silla es mucho más que un par de maderas unidas y barnizadas: es un objeto que, además, nos ayuda a comunicarnos con las personas. El mejor partido que se le puede sacar a este elemento es sentarse para escuchar a alguien o acompañarle. Lo pude comprobar el pasado verano, cuando mi abuela se puso muy enferma y la ingresaron en un hospital. Algunos días me tocaba la suerte de hacer un turno para acompañarla mientras los demás descansaban o bajaban a comer. Cuando entraba en la habitación donde se encontraba, veía como ella levantaba muy despacio la cabeza para descubrir quién abría la puerta. Se le iluminaban los ojos al ver un rostro conocido.

Una vez en la habitación, me sentaba en la silla, al lado de la cama y empezaba a contarle infinidad de cosas, algunas de ellas inventadas, para hacerle más ameno el tiempo de convalecencia. Ella me decía con un tono suave, con su inconfundible acento malagueño: “¡Que bonita eres!”. Cuando me despedía, me acercaba a ella y le daba un beso, y en ese momento me susurraba casi imperceptiblemente un “gracias” cargado de alegría y emoción. También me despedía del abuelo, que casi siempre estaba con nosotras en la habitación, y le ayudaba a sentarse en la silla para poder estar así al lado de la abuela. Observaba como su mano delgada y frágil cogía la de su mujer y empezaba acariciarla, diciéndole palabras cariñosas.