XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La sombra de un poeta

Ana Mas, 17 años

Colegio Altozano (Alicante)

En la penumbra de la Librería del Olvido, lugar que visitaba a menudo, Elena, poeta en ciernes, buscaba nuevos títulos y refugio de la lluvia. Llevaba varios días trabajando un poema, pero no lograba dar voz a algunos versos.

Sus dedos rozaban los lomos de los libros, en busca de un título que la cautivara. De pronto, un volumen algo deteriorado llamó su atención. La caligrafía elegante con la que se había impreso y los nombres de los poemas que encontró en su interior no tardaron en atraparla. La obra estaba firmada por un escritor desconocido.

Una voz suave sonó a su espalda:

–¿Te gusta la poesía de Gabriel Lledó? Fue un autor extraordinario, aunque incomprendido en su época. 

Elena se giró para encontrarse con don Miguel, el dueño de la librería, un hombre mayor de barba cana. 

–Bueno, aún no la conozco –le confesó Elena–. ¿Me puede contar más sobre él? Nunca había oído hablar de este poeta. 

–Por supuesto –respondió el anciano, que sacó un par de sillas de la trastienda–. Verás, Elena –tomaron asiento–. Gabriel Lledó fue un joven repleto de sueños que no se ajustaban a las normas de su tiempo. Entiéndeme… Se enamoró de una mujer de clase social superior, amor que solo le trajo desdichas y sobre el que volcó su literatura, que rezuma una profunda tristeza.

Después de conocer los detalles de la biografía de Lledó, Elena permaneció en el establecimiento hasta la hora del cierre, leyendo y releyendo aquellas poesías, absorbiendo su melancólica belleza.

–Me fascina la forma en que utiliza las figuras retóricas para expresar las oscuridades de su corazón. Es como si en sus versos leyera mi propia alma –le confesó a don Miguel, que se encontraba ordenando un estante.

–Era un hombre sensible y apasionado, te lo aseguro –le dijo volviendo la cara hacia ella–. Pero date cuenta de que sus poemas son, pese al dolor, un canto a la esperanza. 

La acompañó a la salida de la tienda. Mientras cerraba la puerta del local, la muchacha desapareció en la oscuridad de la noche.

Al llegar a su casa, Elena encendió el ordenador. Las palabras le fluían con rapidez, como si la voz de Gabriel Lledó la guiara. No tardó en tener esbozado un poema que era un homenaje a aquel escritor. En cuanto finalizó, entonó los versos en voz alta y sintió la presencia invisible del poeta a su lado.

Al día siguiente, Elena regresó a la Librería del Olvido. 

–He escrito un poema para Gabriel Lledó. Me gustaría leérselo –le propuso a don Miguel. 

–Y a mí me encantará escucharlo. 

Recitó sus estrofas con voz temblorosa. El librero se sintió conmovido de tal manera que, cuando escuchó los últimos versos, sus ojos relampaguearon.

–Elena, es precioso. Has dado voz a la sombra de Gabriel Lledó. Su poesía ha encontrado una nueva vida en tu corazón –le confesó.

–Gracias, don Miguel – le dijo la muchacha con voz temblorosa.

El librero se dirigió a un pequeño despacho detrás del mostrador. La joven se quedó mirando con curiosidad la puerta abierta. Se oían ruidos de papeles, cajones y algún armario que se abría y cerraba e. Después de unos instantes, salió don Miguel con un cuaderno de cuero negro, de aspecto antiguo.

–Toma, creo que esto te gustará –le tendió la libreta.

Con curiosidad, Elena lo abrió y comenzó a ojearlo. No se lo podía creer: las páginas estaban repletas de bocetos de los poemas de Gabriel Lledó.

–Puesto que te has interesado tanto por este poeta, creo que deberías saber algo… –habló con voz tenue–. Gabriel Lledó es, en realidad, un pseudónimo. Su nombre real es Miguel Sánchez.

Elena miró atónita al anciano. Aquel poeta era, en realidad, don Miguel.

–Es usted un verdadero ejemplo para mí. Me siento muy afortunada de estar conversando con un maestro.

Tras una larga charla en la que intercambiaron opiniones acerca de la poesía, llegó la hora de cierre y ambos se despidieron.

En los días siguientes Elena, con la ayuda de don Miguel, empezó a difundir la obra de Lledó. Recitó sus poemas en cafés y en eventos literarios, dando a conocer su historia. La poesía de don Miguel, silenciada durante tantos años, encontró al fin su público. Además, don Miguel siguió inspirando el camino de la joven como poeta. El desconocido Gabriel Lledó pasó a ser la luz que guio sus pasos, el recuerdo constante del poder de la palabra para transformar la vida de los lectores.