IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La sorpresa

Julia de la Chica, 14 años

                 Colegio Fuenllana (Madrid)  

Aquella mañana me desperté con la sensación de que iba a pasar algo extraordinario. Y eso que era sábado y, como siempre, allí estaba mi hermano para fastidiarme: que si me ayudas con los deberes, que si me pones el desayuno, que lavas los platos por mí… Supongo que así son todos los hermanos pequeños. El mío tiene siete años, es bajito y delgado aunque come muchos bollos de chocolate, y se despierta a las nueve para ver los dibujos en la televisión.

-Victoria, apártate que no veo.

-Espérate, Juan, que voy a coger un libro.

-Me he perdido lo más emocionante por tu culpa.

-Te aguantas, pesado.

A mi me gusta mucho leer. En ese momento me estaba enfrascada en uno muy gordo y emocionante. Al pasar la página apareció nuestra madre.

-¡Victoria, Juan, a poner la mesa del desayuno!

-Ya vamos –respondimos a la vez.

Pero, como siempre, él se queda quieto, a esperar a que yo termine de colocarlo todo para sentarse a desayunar.

Aquel día íbamos a ir a casa de nuestros abuelos, como casi todos los sábados. Viven a un cuarto de hora de nuestra casa, por eso no nos importa visitarles todos los sábados. Pero, como he dicho, aquel día presentía que era especial y lo confirme cuando nuestro padre nos dijo:

-Hoy os espera una sorpresa en casa de los abuelos.

-¿Una sorpresa? -preguntó mi hermano.

-¿Qué clase de sorpresa? -pregunté yo.

-Es una sorpresa, no puedo deciros nada -zanjó mi padre.

Yo pensé que nos iban a regalar un juego para la Gameboy y que, como de costumbre, mi hermano lo rompería o lo perdería. Cuando llegamos vi el coche de mis primos aparcado enfrente del chalet de mis abuelos. ¡Habían llegado antes que nosotros! Guarde el MP3 y me baje del coche. Estaban todos en la puerta, esperándonos. Entré en el jardín y vi a un cachorro de labrador. Corrí para cogerlo. Tenía el pelo color canela y ojos marrones con alguna que otra legaña. Tomé una pelota y se la tiré, pero el perro prefirió quedarse conmigo, hasta que vio a mi hermano. Se acercó a él para olerle pero Juan se asustó.

Mis primos empezaron a jugar con el cachorro y a revolcarse por el césped. Nos unimos a ellos. Teníamos que buscar un nombre para el labrador, pero no nos decidíamos.

-León -dijo mi primo.

-Drago –propuso mi hermano.

-Duque –opinó mi tía.

Llego la hora de comer y pasamos todo el almuerzo discutiendo sobre cómo llamaríamos al perro Mi tío dijo:

-Lo llamaremos Tim.

Pero como el perro es de mis abuelos, le pusieron ellos el nombre:

-Se llamará Coco.

Seguimos jugando con Coco, pero él se cansó porque era muy pequeño y se durmió en su cesta. Cuando se despertó, mis primos se fueron a su casa. En unas horas, a nosotros también nos llegó la hora de irnos. Nos dio mucha pena separarnos de Coco, pero mis padres decidieron que volveríamos al día siguiente.

Como el sábado, nos pasamos toda la mañana del domingo jugando con Coco. Esta vez no estaban mis primos, pero nos lo pasamos genial. Por la tarde mi padre fue a tirar la basura, así que decidí acompañarle junto a Coco.

Le puse la correa y salimos a la calle, empezamos a subir la cuesta y Coco se iba parando cada dos por tres. Yo tenía que esperar a que se decidiera a seguir. Cuando llegamos a la mitad del camino, se sentó. No quería seguir. Me agaché para tomarle en brazos y noté que estaba temblando.

Le dije a mi padre que continuara, que yo me volvía a casa. Cuando Coco me oyó se levantó y salió corriendo en dirección a la casa y yo corriendo detrás de él. Cuando llegamos le quite la correa y se sentó en su cesta. No se volvió a levantar hasta que nos fuimos a casa y me dejé acariciarle. Supongo que así nos perdonábamos mutuamente.

Ahora estoy esperando que llegue otra vez el sábado para poder ir a verle.