XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

La taberna de María

Marta Gabriela Tudela, 17 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Bullicioso como de costumbre, aquel era un lugar frecuentado por una amplia gama de clientes. A primera hora, hombres y mujeres de negocios; por la tarde, niños con sus familias y, al ocaso, adultos sin acompañante por lo general. Todo tipo de público era bien recibido en el establecimiento.

A pesar de la falta de uniformidad de sus usuarios, todos solían compartir alguna preo-cupación: cuestiones de trabajo, problemas familiares, dificultades amorosas…, todo ello en función de la edad y condición del cliente.

El tintineo de los vasos, las conversaciones y el ir y venir de comandas se mezclaban con los asiduos del bar. Por un lado estaba Manuel, un jubilado entrado en años al que las subidas en el precio de la luz le traían por el camino de la amargura. Tres mesas y varios lustros por detrás se encontraban Lucía y Juan, una pareja muy bien avenida hasta que alguno sacaba a relucir los defectos del otro y el idílico almuerzo se iba al traste. Por último, cerrando la jornada, llegaba Julia con su móvil pegado a la oreja y sus niños, siempre dispuestos a guardar las formas a cambio de la atención de su ma-dre.

María, la propietaria del bar, sabía con tan solo mirarles al entrar lo que debía preparar o decir a cada uno de sus clientes. Incluso era capaz adivinar el motivo de su malestar, pues más de veinte años de trabajo en aquel local, que antes habían regentado su pa-dre y su abuelo, le habían servido no solo para preparar reconocidos platos, sino para saber acertar con la palabra adecuada a cada ocasión. Y lo cierto es que se le daba muy bien.

En primer lugar, se acercaba a la mesa del cliente para, a pesar de poder imaginar su respuesta, preguntarle por lo que le apetecía tomar. Este, a menudo entristecido por algo que le había ocurrido durante el día, respondía sin molestarse siquiera en levantar la mirada. María, que conocía bien la necesidad de aquella persona de ser escuchada, se sentaba a su lado con el propósito de entablar una breve conversación que pudiera servirle de consuelo. En ocasiones, su intención de ayudar no era bien recibida, pues siempre había gente que prefería la soledad; pero le daba buenos resultados en la ma-yoría de los casos.

De este modo y tras unos minutos —a veces horas— de charla casi terapéutica, el pú-blico, que había entrado cabizbajo a la taberna, salía con la cabeza bien alta y con ga-nas de vivir: Manuel terminaba viendo aquellas desorbitadas facturas como una opor-tunidad para instalar los paneles solares que tanto había querido probar; el matrimonio de recién casados se reconciliaba, recordando lo mucho que se querían, y los hijos de Julia acababan sus tareas sin interrumpir las llamadas de su madre.

Todo ello gracias a algo más que una tapa o un poco de batido. Y es que en la taberna de María ofrecían algo muy deseado que es difícil de encontrar. En la taberna de María servían vasos de escucha y amabilidad.