XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La tercera Guerra Mundial

Ángela Piñeiro, 14 años

                 Colegio Tierrallana (Huelva)  

El silencio cesó ante el estallido de las bombas…

El aire ignífero y rubescente a duras penas me dejaba respirar.

Allí nos encontrábamos el general Vladímir Vasíliev y yo, Nikolai Volkov o, al menos, así me llamaba dentro del estado ruso.

Hacía ya varios meses que nuestra derrota se veía venir, porque poseíamos menos dinero y apoyo militar que nuestro enemigo: España.

En este momento los españoles acababan de invadir la sede. Todos habían optado por huir, excepto nosotros dos. Para Vladímir, huir dañaba su dignidad, así que tomó la decisión de quedarse y yo decidí hacer lo propio. Elegí una ruta alternativa que nos llevaría a una sala dentro del edificio, en la que había vehículos voladores con los que podríamos escapar. Una vez fuera de peligro, idearíamos un plan para acabar con el bando enemigo.

Al correr por el extenso pasillo, noté cómo me latía el corazón. Sentíamos la cercanía de los soldados españoles.

-Sólo nos queda atravesar dos o tres habitaciones –dijo el general.

-Mejor, vayamos por este camino –le interrumpí-. Aunque no lo parezca, llegaremos antes.

Perplejo por mi decisión, asintió. Me siguió sin pensárselo dos veces.

Acabamos en una sala. Entonces Vladímir se dio cuenta de que algo no iba bien.

-¿Dónde están los vehículos?

Se asomó al balcón para observar la ciudad, que se encontraba bajo un mar de fuego. Al darse la vuelta, me descubrió sujetando una pistola con la que le apuntaba.

-¿Qué está haciendo, general Nikolai? –dijo, retrocediendo unos pasos.

-¡No me llame más de esa manera! Mi nombre no es Nikolai Volkov; soy Pedro Martínez, espía del ejército español.

Intentó retroceder, pero se encontraba al filo del abismo.

-Reconozca su derrota o, de lo contrario, voy a tener que dispararle.

Vladimir me miró con desprecio.

-Tú no vas a ser el que acabe conmigo.

Entonces saltó del balcón al abismo de fuego.

No se volvió a saber nada de él.

Semanas más tarde, la reina Leonor le impuso a Pedro una insignia por su valentía. La guerra había acabado.