IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La terraza de Begur

Claudia Cabrera, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Era pleno julio y me encontraba en casa de mi abuelo. Era uno de esos días de bochorno de total sopor, de esos que sólo invitan a ir del agua a la sombra. Pero ese no era mi caso, al menos no durante aquel verano. Me acababa de torcer el tobillo en una caída que me inmovilizaría durante cuatro semanas y mis padres me habían dejado sola con el abuelo en el marítimo Begur.

Aquello no resultaría nada divertido. ¡Qué iba a ser de mis sueños de pasar julio con mis amigos entre verbenas, excursiones, conciertos...! “Me queda agosto”, pensaba. Mi conducta paso a un estado de irritabilidad. Pasaba las mañanas frente a la televisión y las tardes frente a internet. Me consolaba la fugaz visita de mis amigos de Begur. Pero no era suficiente. Los días se me hacían eternos. Mi abuelo, que tiene buen ojo y astucia, no se perdía ni un detalle e insistía proponiéndome actividades como pintar al óleo, escribir o leer. Planes que parecían castigos, pérdidas de tiempo. Sin embargo, la situación me obligó a bajar cabeza y a descubrir paraísos inesperados como la lectura y la escritura. Decidí sentarme cada mañana en la terraza con un sombrero, las gafas de sol, unos albaricoques como aperitivo y un refresco. Tengo aquí uno de mis primeros escritos:

“Sentarse frente un trozo de papel sin ninguna inspiración es algo pesado. Pones música de fondo, intentas relajarte pero cada vez te pones más nervioso. La sensación que te embarga es horrible, una mezcla de impaciencia y consternación. No hay manera de llamar a la inspiración, de hacer que llené los recovecos de tu cabeza. Por más que lo intentas, ella se resiste como agarrándose a una rama. Te dejas llevar por las notas musicales, la llamas y suplicas. Sin embargo sabe que tiene la batalla ganada. Ya ha vencido. Se relaja. Si no fuese por ese instante que respira tranquilidad..., ¿qué hubiesen hecho Larra, Zorrilla, Galdós y Unamuno? ¿Quién hubiese compuesto las obras maestras de nuestra Literatura? Auténticos genios que se dejaron llevar junto con su maestría horas y horas por esa corriente que te permite encarnar famosas batallas, renacer personajes, volar con escoba, ser testigo de maravillas... La corriente que nos deja inventar ese pequeño lugar, único y exclusivo, con la regla de escribir, de sacudir tu interior“.

¡Quién iba a decir que escribiendo se me pasarían las horas, esas cuatro largas semanas! Al llegar agosto pensaba que me sentiría libre, por fin capaz de revolotear a mis anchas. Me equivoqué. Echaba de menos mis escritos diarios, aquellos maravillosos libros y los paisajes con las barcas, las casas blancas, las sombrillas y la mar llana que observaba desde la terraza de Begur.