XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

La última carrera 

Blanca Carrasco, 14 años

Colegio Adharaz (Sevilla)

—¿Por qué no podemos ir a caballo?

—Porque es terreno montañoso, Filípides. Ya sabes el retraso que eso conllevaría.

Él asintió. 

—¡Hagamos un último esfuerzo! Hazle saber a Esparta que Persia ha desembarcado. Deben escucharnos; Atenas no ganará esta guerra sin nuestra ayuda. 

El mensajero arrojó su escudo, su arco y su carcaj vacío. Se desprendió de la armadura y del casco de hoplita y echó a correr.

El hambre y la sed eran un problema frecuente durante las guerras. No obstante, esa contrariedad se multiplicaba cuando alguien tenía que correr más de cuarenta kilómetros por un terreno irregular, sin descanso siquiera para dormir o para recuperar el aliento. No, no había tiempo; las vidas de muchos soldados atenienses estaban en juego. 

El sudor cubría el rostro de Filípides, que caían sobre su túnica rojiza. Había volcado toda su energía en aquella carrera desesperada, de modo que sus piernas automatizaron el movimiento contra el tiempo y el avance del enemigo. 

Tras una noche de ritmo inalterable en la que luchó contra el sueño, el hambre y la sed, al amanecer Filípides observó en la lejanía la silueta de una acrópolis. 

«¡Esparta!», se felicitó con la certeza de la misión cumplida.

La vista de la ciudad renovó sus fuerzas. Así logró acelerar el ritmo un poco más, forzando el límite de su resistencia.

Filípides surcó el umbral de una abarrotada polis. La gente se apartaba al verlo pasar hacia el lugar en donde se encontraban los generales. Los latidos del fiel militar aumentaron por segundos y cada respiración se le volvía cada vez más costosa. Finalmente llegó al Ágora, y en aquella gran plaza de forma rectangular se desplomó.

—¡Persia ha desembarcado! —exclamó con un último aliento — ¡Atenas solicita vuestra ayuda en Maratón!

En ese instante dejó de oír su corazón desenfrenado, pues la sangre detuvo su fluir hacia sus órganos vitales. Aún así, Filípides alzó la cabeza y alcanzó a ver las miradas atónitas de los espartanos, antes de cerrar los ojos para siempre.