XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

La ventana

Adriana Álvarez, 14 años

                     Colegio Pineda (Barcelona)  

Hace años que no sé nada de él.

Me hubiera gustado despedirle como es debido, pero no se dieron las circunstancias adecuadas. Si hubiera sabido que no volvería a verle, hubiera permanecido a su lado en lugar de echar a correr, como hice aquel día. Aunque fue él quien me rogó que me marchara, no me sirve de justificación.

Jaime se mudó lejos, a la otra punta del mundo, porque a sus padres les reclamaba su abuela enferma. El día anterior quedamos para compartir los últimos momentos juntos. Pero no conté con que mi tía apareciera sin avisar, dispuesta a visitarme por Navidad. Tuve que decirle a Jaime que no podríamos vernos.

Él me suplicó que fuera después de ver a mi tía. Estaba decidido a esperarme, como siempre. Pero cuando llegué a la cafetería no lo encontré. El camarero me entregó una nota: se había tenido que marchar.

El chico del que estaba enamorada nunca volvió. Esta es la razón de mi odio a la Navidad, aunque hayan pasado cuatro años desde aquel desastroso final.

¿Qué hubiese pasado si Jaime no se hubiese marchado? ¿Nos habríamos casado? No podía evitar derramar alguna que otra lágrima.

Aún conservaba la nota que me escribió a modo de despedida. Después de la última palabra había otras tachadas. ¿Qué me quiso decir?

Miraba hacia la ventana, aún con la vista empañada, cuando sonó mi teléfono móvil. Ojeé el nombre del contacto: “Desconocido”. Con curiosidad, apreté el botón verde.

-¿Valeria? –preguntó una voz que reconocí al momento.

-Jaime…

-Me alegro de oírte. ¿Qué tal te va?

Me quedé en silencio durante unos momentos antes de lanzarle una pregunta a bocajarro:

-¿Después de cuatro años sin saber nada de ti, de que solo me dejaras una nota, te atreves a llamarme como si nos hubiésemos visto hace un rato?

Estuve a punto de colgarle, pero decidí esperar su respuesta.

-Lo siento… Después de que mi abuela falleciera, mi padre encontró trabajo y nos instalamos en aquella ciudad. Si no te llamé fue porque sabía que no podría escuchar tu voz y no tenerte conmigo.

-Entonces, ¿por qué lo haces ahora?

-Vuelve a mirar por la ventana -ordenó con voz trémula.

Obedecí.

Casi me caí de la cama de la sorpresa. Él estaba plantado en la entrada de mi casa, mirándome fijamente.

Bajé las escaleras como alma que lleva el diablo.

Jaime estaba más atractivo que nunca, tal vez era por las ansias de volver a contemplarle.

-Te explico. A mi madre le han ofrecido un trabajo en España.

Sin poder remediarlo, le callé con un beso.